Dogma de fe

VER:
Una de las críticas a la fe católica es la existencia de dogmas, que levantan sospechas porque son entendidos como imposiciones arbitrarias del poder eclesiástico para manipular a los fieles, que están obligados a creerlos. Ésta es una crítica que surge tanto entre no creyentes como entre miembros de la Iglesia, a menudo sin interés por profundizar en las razones por la que se proclama un dogma: es una verdad de fe que ha sido revelada por Dios, transmitida desde los Apóstoles, tanto a través de la Escritura como de la Tradición y, tras un serio estudio y fundamentación, es propuesta por la Iglesia para su aceptación por parte de los fieles y así ayudarles en su vida de fe.
JUZGAR:
Hoy estamos celebrando un dogma de fe: el de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. La convicción de que María fue preservada de toda mancha de pecado ya desde su concepción ha formado parte desde antiguo de la fe de la Iglesia, y se fue imponiendo progresivamente en la liturgia y en la teología hasta que, a comienzos del siglo XIX, se produjo un movimiento de peticiones en favor de una definición dogmática de la Inmaculada Concepción.
En el año 1854, Pío IX, con la bula ‘Ineffabilis’, proclamó solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción: «Declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser, por tanto, firme y constantemente creída por todos los fieles».
Por tanto, este dogma de fe no es fruto de un interés de la época, sino que ha formado parte de la historia de la Iglesia, del Pueblo de Dios; tampoco es una mera deducción intelectual, sino que hunde sus raíces en la Palabra de Dios. Así, la Inmaculada Concepción de la Virgen María tiene sentido para el cumplimiento de lo que hemos escuchado en el relato alegórico de la 1ª lectura: “Pongo hostilidad entre ti y la mujer… ésta te aplastará la cabeza…”. María Inmaculada es elegida por Dios como elemento fundamental de su plan de salvación: será la Madre del Hijo de Dios hecho hombre. Y, para poder serlo, María ha sido ‘preparada’ por Dios, preservándola desde el primer instante de su concepción de toda mancha de pecado original, de esa inclinación que el ser humano tiene hacia el mal uso de su libertad, rechazando a Dios.
Y los primeros ‘efectos’ de su concepción inmaculada los hemos escuchado en el Evangelio: en la Anunciación, el ángel Gabriel la saluda como “llena de gracia”, y Ella acaba respondiendo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Por estar llena de la gracia de Dios, María pudo dar libremente el asentimiento a la propuesta de Dios para acoger en su seno a su Hijo hecho hombre.
Y, como hemos dicho, un dogma tiene como objetivo ayudar en la vida de fe de los fieles. ¿Cómo nos ayuda la Inmaculada Concepción de la Virgen María?
La Inmaculada Concepción de María no es un privilegio, algo que la separa de los demás. En María Inmaculada y su humildad podemos reconocer a alguien cercano, una de nosotros. Ella es la primera discípula porque escuchó la Palabra de Dios y la cumplió toda su vida. Ella es la mujer orante que meditaba todas esas cosas en su corazón. Ella, que participó de forma especial en la obra de salvación de su Hijo, nos llama también a sentirnos llamados a acoger el Plan de Dios y a participar en la misión evangelizadora con nuestras palabras y nuestras obras.
ACTUAR:
Hoy damos gracias a Dios por la Inmaculada Concepción de la Virgen María, y por el dogma que la define, que no es una imposición sino «una luz en el camino de nuestra fe» (Catecismo n. 89). Como expresó la Conferencia Episcopal Española con motivo del 150º aniversario de este dogma de fe:
«La Virgen María, al haber sido preservada de toda mancha de pecado original, permanece como el signo de la elección por parte de Dios, más fuerte que toda la fuerza del mal y del pecado. En María contemplamos la belleza de una vida sin mancha entregada al Señor. En Ella resplandece la santidad de la Iglesia que Dios quiere para todos sus hijos. En Ella recuperamos el ánimo cuando el pecado nos introduce en la tristeza de una vida al margen de Dios. En Ella reconocemos que es Dios quien nos salva, inspirando, sosteniendo y acompañando nuestras buenas obras. En Ella encuentra todo cristiano y toda persona de buena voluntad el signo luminoso de la esperanza. En particular, María se ha vuelto signo de esperanza para la muchedumbre de los pobres, de los últimos de la tierra que han de ser los primeros en el Reino de Dios».