Creo en la vida eterna

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Ante la realidad de la muerte, las posturas que se adoptan son diversas: desde la afirmación de que ahí termina todo, hasta las respuestas que dan las distintas religiones, pasando por una actitud de no querer pensar en la muerte o tratar de ocultarla. Pero la realidad de la muerte, lo queramos o no, se hace presente en nuestras vidas y nos pone frente al mayor misterio de la existencia humana.
JUZGAR:
Cada 2 de noviembre la Iglesia celebra la conmemoración de los fieles difuntos, una fecha muy marcada en los cristianos. Este año, al ser domingo, todavía adquiere una mayor relevancia. Y en esta celebración se funden dos sentimientos que no son incompatibles: la tristeza y la esperanza.
La tristeza, porque hoy todos llevamos en nuestro pensamiento y en nuestro corazón los rostros de seres queridos que ya han pasado el umbral de la muerte, y es lógico, y humano, echarlos de menos. Pero, como ha dicho san Pablo en la 2ª lectura: “no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza”. Por eso, junto con la tristeza, y sin negarla, está la esperanza cristiana, porque hoy reafirmamos lo que decimos en el Credo: «Creo en la vida eterna».
En la 1ª lectura hemos escuchado que “Judas, jefe de Israel, recogió dos mil dracmas de plata en una colecta y las envió a Jerusalén para que ofreciesen un sacrificio de expiación. Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos”. No nos hemos reunido sólo para recordar a los difuntos. Porque creemos en la vida eterna, nos hemos reunido para orar y ofrecer la Eucaristía por ellos, porque esperamos la resurrección.
Seguimos celebrando el Jubileo ‘Peregrinos de Esperanza’, y en la Bula de convocación se nos dice: «Nosotros en virtud de la esperanza en la que hemos sido salvados, mirando al tiempo que pasa, tenemos la certeza de que la historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no se dirigen hacia un punto ciego o un abismo oscuro, sino que se orientan al encuentro con el Señor de la gloria». (19) Jesús muerto y resucitado es el centro de nuestra fe. «La esperanza nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz. La esperanza cristiana no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino». (3)
Por eso hoy, con tristeza y con esperanza, acogemos las palabras que Jesús ha dicho en el Evangelio: “Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí”. Y creer en Jesús no es una ilusión, un modo de engañarnos a nosotros mismos para no afrontar la cruda realidad de la muerte. La fe surge porque tenemos razones para creer en Jesús y fiarnos de Él. Y una de las principales razones para fiarnos de Jesús es que Él vivió una vida como la nuestra, dándonos ejemplo de amor y entrega, mostrándonos el verdadero rostro de Dios, llegando a pasar voluntariamente por la cruz y la muerte, para que nosotros, ante la muerte, no perdiéramos la esperanza. Gracias a Jesucristo Resucitado creemos que la Vida puede más que la muerte, que cuando nos llega la muerte física, Dios nos lleva a una vida realmente plena, una vida en la que nuestro cuerpo, humilde, frágil, que sufre dolores, enfermedades, que se desgasta y envejece, será transformado a imagen del cuerpo glorioso de Jesús Resucitado, un cuerpo que ya no conoce la muerte. No sabemos cómo será eso, Jesús no nos lo ha dicho, pero nosotros creemos en Él, tenemos fe en Él, esperamos en Él.
ACTUAR:
Y podemos hacernos la misma pregunta que Tomás en el Evangelio: creemos en la vida eterna, pero “¿cómo podemos saber el camino?” Y Jesús también nos responde: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”. Ante la certeza de la muerte, hemos de poner a Jesús en el centro de nuestra vida. Y un modo privilegiado de poner al Señor en el centro de nuestra vida es participar en la Eucaristía, memorial, actualización de lo que es y significa hoy para nosotros su muerte y resurrección. Jesús Resucitado se nos da como alimento para unirse íntimamente con nosotros. En la Eucaristía encontramos el camino que nos hace vivir ya desde ahora en la verdad y que nos acerca a la verdadera Vida.
Que esta Eucaristía que hoy ofrecemos por los fieles difuntos reafirme nuestra fe en la vida eterna y vivamos con la esperanza del encuentro con el Señor y nuestros difuntos, recordando las palabras de Jesús: “Que no tiemble vuestro corazón. Creed en Dios y creed también en mí”.