Misioneros de esperanza entre los pueblos

VER:
Es innegable que, para mucha gente, la Iglesia tiene mala fama. Al nombrarla, lo primero que viene a la mente de la gente son los obispos, curas, noticias negativas, escándalos… Se ve como una institución de poder político y de manipulación de gente crédula. Y no hay que esconder que a veces esa mala fama nos la hemos ganado a pulso. Y a menudo, cuando se trata de ‘defender’ a la Iglesia, se recurre a poner de manifiesto la labor social que realiza, y a la entrega de los misioneros en países pobres; pero esto se hace sin mencionar la razón que les impulsa: la evangelización.
JUZGAR:
Hoy estamos celebrando la Jornada del DOMUND, el Domingo Mundial de las Misiones. Este año con el lema ‘Misioneros de esperanza entre los pueblos’. Como se indica en la presentación de esta Jornada, en este mundo en el que vivimos, hay muchas promesas: los políticos, los economistas, los publicistas…, todos nos prometen un mundo mejor, sin tanto sufrimiento, sin tanta guerra. Pero nunca termina de hacerse realidad porque se olvidan de que el ser humano es pecador y, mientras estemos en esta tierra, siempre habrá egoísmo, soberbia, deseos de venganza… Se olvidan de que en este mundo siempre habrá enfermedades, catástrofes, accidentes…
Por eso, toda la Iglesia, obedeciendo al mandato del Señor, existe para evangelizar, para anunciar la Buena Noticia que Jesús nos trajo. Y, como miembros de la Iglesia, los misioneros anuncian a Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, el fundamento de la esperanza que no defrauda.
Y en esa misión por supuesto que trabajan por el desarrollo material de los pueblos, para que toda persona pueda tener una vida digna y disponga de los bienes necesarios, pero sin olvidar que la esperanza no la dan las cosas de esta tierra; la esperanza de verdad la da exclusivamente Dios.
Por eso los misioneros no atienden sólo a las necesidades materiales, ni hacen promesas ilusorias, no prometen un mundo sin dolor, sin injusticias. No ocultan el sufrimiento, pero al dolor lo llaman Cruz, y en la Cruz muestran a Cristo, que con su resurrección ha vencido toda Cruz.
Y su misión evangelizadora la llevan a cabo porque están sostenidos por la oración: su oración personal, y la oración de toda la Iglesia. Desde el encuentro con el Señor en la oración pueden vivir y anunciar a quienes no lo conocen a un Dios que nos ama y que quiere para todos lo mejor. Un Dios que nos ha regalado el perdón y la misericordia para que nosotros lo regalemos. Un Dios que nos ha prometido la felicidad para toda la eternidad, pero sin engañarnos. Un Dios que no nos promete que nuestra vida, aquí en la tierra, va a ser perfecta, pero sí nos asegura su compañía y su consuelo en todo momento, y, de modo particular, en los tiempos de dolor, de angustia, de cruz.
Por eso que en esta Jornada lo que se nos pide, ante todo, no es que hagamos una aportación económica, que es totalmente necesaria, sino que oremos con y por los misioneros.
En la 1ª lectura hemos escuchado que, en la batalla contra Amalec, “mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec. Y, como le pesaban los brazos, Aarón y Jur le sostenían los brazos”. Y en el Evangelio, Jesús ha contado la parábola de esa viuda que reclamaba continuamente justicia, para enseñarnos “que es necesario orar siempre, sin desfallecer”. En su anuncio del Evangelio, los misioneros deben luchar contra egoísmos, injusticias, intereses económicos, catástrofes, enfermedades… Y necesitan que el resto de miembros de la Iglesia les apoyemos y sostengamos teniéndolos presentes en la oración, sin cansarnos, no sólo un día al año, sino de forma continuada, para que puedan ser verdaderos ‘Misioneros de esperanza entre los pueblos’.
ACTUAR:
Para los que somos y formamos la Iglesia, la Jornada del Domund es un día para que demos gracias por los misioneros estén trabajando para llevar la esperanza verdadera al corazón de tantísimas personas que no conocen a Cristo, y les apoyemos con nuestra oración y aportación económica.
Esos ‘Misioneros de esperanza entre los pueblos’ están haciendo posible que muchos descubran la belleza y dignidad de sus vidas. Están transformando este mundo en el Reino de Dios, el que pedimos en el Padrenuestro: ‘¡Venga a nosotros tu reino!’ Pero no apoyándose en falsas promesas, sino invitando a la conversión del corazón hacia Cristo, con su testimonio de fe y con sus obras.