No hay peor ciego que …

VER:
Un refrán muy popular afirma: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”, y que no tiene que ver con la incapacidad física de percibir con los ojos. Significa que es inútil tratar de convencer a alguien de algo que no quiere aceptar, porque su cerrazón es más fuerte que la evidencia o los argumentos racionales que se le presentan. Y es la peor forma de ceguera porque es uno mismo quien elige y decide permanecer en el error.
JUZGAR:
La Palabra de Dios que hemos escuchado nos muestra que ese refrán puede aplicarse a quienes viven con lujo en países empobrecidos, y en general a nuestras sociedades del llamado “primer mundo”; y, como nosotros formamos esa sociedad, también el refrán se aplica a nosotros.
En la 1ª lectura hemos escuchado: “Ay de aquéllos que se sienten seguros… se arrellanan en sus divanes… beben… pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José”. Y en la parábola del Evangelio Jesús cuenta que “había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro esta echado en su portal, cubierto de llagas y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico”. La Palabra de Dios denuncia a quienes, teniendo delante situaciones de necesidad, tanto materiales como de otro tipo, “no quieren verlas”, pretenden vivir y actuar como si no existieran. Y también nosotros corremos el peligro de caer en esto porque «cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás, no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia». (Papa Francisco, Mensaje Cuaresma 2015). Nos convertimos en “espectadores” pasivos de las situaciones de sufrimiento que la mayor parte de la humanidad está viviendo. Las personas que están pidiendo limosna en las puertas de los supermercados, o durmiendo en la calle, se ha convertido en “parte del paisaje” y, salvo excepciones, no nos provocan ninguna reacción.
Y esa indiferencia, ese “ser espectadores”, nos va llevando a convertirnos en “ciegos que no quieren ver”. A veces de un modo consciente, y otras sin darnos cuenta, porque como también dijo el Papa Francisco: «Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir» (Mensaje Cuaresma 2015), nos sentimos impotentes y por eso «algunas personas prefieren no buscar, no informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre». (Mensaje Jornada Mundial de la Paz 2016) Y hoy en día lo tenemos muy fácil para quitarnos de delante los sufrimientos de los demás: cambiamos de canal de televisión, deslizamos el dedo en la pantalla para pasar a otra cosa, vemos quién llama y no respondemos…
Pero esta actitud acarrea unas consecuencias: aparte de que las personas necesitadas siguen sufriendo, la 1ª lectura recordaba que los indiferentes “irán al destierro”; y en la parábola del Evangelio, Abrahán decía al rico: “recuerda que recibiste tus vienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso él aquí es consolado mientras que tú eres atormentado”. Como cristianos, sabemos que tras la muerte nos presentaremos ante Dios y, como escribió san Juan de la Cruz: «A la tarde de la vida te examinarán en el amor». Si queremos “aprobar ese examen”, no podemos ser “los peores ciegos, que no quieren ver”; por eso san Pablo indicaba en la 2ª lectura: “Busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre”. Y esto debe concretarse en el prójimo: «estamos llamados a que el amor, la compasión, la misericordia y la solidaridad sean nuestro verdadero programa de vida, un estilo de comportamiento en nuestras relaciones de los unos con los otros. Esto pide la conversión del corazón: que la gracia de Dios transforme nuestro corazón de piedra en un corazón de carne, capaz de abrirse a los otros con auténtica solidaridad». (Mensaje Jornada Mundial de la Paz 2016)
ACTUAR:
¿Cómo me afectan las situaciones dramáticas que se producen en el ámbito más cercano o a nivel mundial? ¿Estoy simplemente “informado” y sigo a la mía? ¿Prefiero ser ciego, “no querer ver”?
En la parábola, Abrahán decía al rico: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Nosotros tenemos la Palabra de Jesús Resucitado, que nos dijo que en el amor a Dios y al prójimo como a uno mismo se sostienen toda la Ley y los Profetas (Mt 22, 36-40). Ése es el camino que debemos seguir para no ser de los peores “ciegos” y entrar, como Lázaro, en el banquete del Reino.