¿Qué nos ponemos?

VER:
En una entrevista, la cantante Alaska contó que, durante el funeral de un amigo suyo, una persona recordó con humor las tres preguntas más importantes para el fallecido: “¿De dónde venimos?, ¿a dónde vamos? y ¿qué nos ponemos?” Más allá de la ocurrencia, la tercera pregunta es muy importante. Lo cierto es que la mayoría de las personas se plantean en algún momento las preguntas fundamentales, como ya recordó el Concilio Vaticano II en “Gaudium et spes”10: «¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué hay después de esta vida temporal?».
JUZGAR:
El ser humano, de cualquier raza y cultura, ha buscado la respuesta a estas preguntas a lo largo de la historia, como nos recuerda la Bula de convocatoria del Jubileo 2025 “Peregrinos de esperanza”: «Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad». (1)
Frente a esa dificultad para encontrar una respuesta satisfactoria al sentido de la vida, el Concilio daba la respuesta de fe: «Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse. Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro (…) quien existe ayer, hoy y para siempre». (10)
También en este año jubilar se nos está recordando esto: «Tenemos la certeza de que la historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no se dirigen hacia un punto ciego o un abismo oscuro, sino que se orientan al encuentro con el Señor de la gloria. ¿Qué será de nosotros, entonces, después de la muerte? Más allá de este umbral está la vida eterna con Jesús, que consiste en la plena comunión con Dios, en la contemplación y participación de su amor infinito. Lo que ahora vivimos en la esperanza, después lo veremos en la realidad». (Bula “Spes non confundit”, 19.21)
Pero no es suficiente ‘saber’ la respuesta, sino interiorizarla, para que de verdad la fe en Cristo resucitado sea el motor de nuestra vida “la esperanza que no defrauda”, como nos dice el Jubileo. Por la fe sabemos ‘de dónde venimos’: del amor creador de Dios; también sabemos ‘a dónde vamos’: a la plena comunión con Dios. Y, puesto que sabemos cuál es la meta final de nuestra vida, también nos tenemos que hacer sobre la tercera pregunta: ‘¿Qué nos ponemos?’
El Evangelio de este domingo nos invita a reflexionar “qué debemos ponernos” para poder llegar al encuentro definitivo con Dios en su Reino. Y hemos escuchado que, a uno que le preguntó, Jesús le respondió: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”·. ¿En qué consiste “entrar por la puerta estrecha?”
En su respuesta, Jesús rechaza a los que decían: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”, porque “entrar por la puerta estrecha” no consiste sólo en “ponernos” encima el cumplimiento de unos mandamientos y preceptos, o asistir a charlas y retiros.
“Entrar por la puerta estrecha” es seguir a Jesús, ‘ponernos’ por dentro sus actitudes, criterios, valores… que reflejen, en nuestro actuar cotidiano, un estilo de vida auténticamente cristiano: el amor al prójimo, incluso a los enemigos; el perdón “hasta setenta veces siete”; cargar con la cruz cada día; el servicio humilde ‘lavándonos los pies unos a otros’; la entrega hasta el extremo…. Si no nos ‘ponemos’ esto ahora, al llegar Jesús también nos dirá: “No sé quiénes sois… no sé de dónde sois”.
ACTUAR:
¿Me he planteado seriamente las preguntas fundamentales? ¿He interiorizado la respuesta que nos da la fe, o solamente ‘la he aprendido’? ¿Me esfuerzo realmente en “entrar por la puerta estrecha”, o mi fe está acomodada? Me he cuestionado “qué me pongo” en mi vida cotidiana? ¿Qué es lo que más me cuesta “ponerme” para que mi vida sea seguimiento de Jesús, y no un mero cumplimiento?
Cuando vamos a realizar una actividad o celebrar un acontecimiento nos planteamos qué nos ponemos. Tenemos pendiente el ‘gran acontecimiento’ de nuestro encuentro con el Señor al final de nuestra vida, así que reflexionemos “qué nos ponemos” en nuestro caminar cotidiano, cómo “entrar por la puerta estrecha”, para poder sentarnos un día con Él “a la mesa en el Reino de Dios”.