Como aprender a montar en bicicleta

VER:
Cuando estamos aprendiendo a montar en bicicleta, la primera reacción al empezar a pedalear es mirar hacia abajo, hacia la rueda delantera, para ver por dónde vamos; pero esto hace que movamos mucho el manillar y que vayamos dando tumbos, hasta acabar cayéndonos. Por eso, quien nos enseña nos dice que debemos mirar al frente, a un punto fijo, no hacia abajo; y, cuando empezamos a hacerlo así, poco a poco nos vamos estabilizando y avanzamos sin caernos.
JUZGAR:
Nuestra vida como cristianos podemos compararla con aprender a ir en bicicleta: cuando somos pequeños llevamos unas ‘ruedas supletorias’ que pueden ser nuestros padres o abuelos, catequistas, sacerdotes, religiosos o religiosas, profesores… que van sosteniendo nuestro avance, y con ellos nos sentimos seguros. Pero, como en la bicicleta, llega un momento en que debemos aprender a rodar por nosotros mismos, Y también, tanto a nivel personal como comunitario, a menudo nos ocurre lo mismo que al aprender a ir en bicicleta: ‘miramos hacia abajo’.
Si es en lo personal, nos fijamos mucho en nosotros mismos: en mi actitud, cómo es mi oración, qué tiempo le dedico, qué sentimientos experimento o si no siento nada, si cumplo los mandamientos, si hace mucho que no me confieso, si me distraigo durante la Eucaristía, si procuro leer la Palabra de Dios o formarme de algún modo… Si es en la comunidad parroquial, nos fijamos mucho en nuestro calendario, programación, la preparación de actividades y celebraciones, en la respuesta o no que obtenemos, en cuántos han venido…
Pero, tanto en un caso como en otro, eso es como ‘mirar hacia abajo’: ponemos toda nuestra atención en lo más inmediato, en lo que ‘nosotros’ llevamos entre manos, como el manillar que sujeta la rueda delantera de la bicicleta. Y como principalmente nos miramos a nosotros mismos o a nuestra comunidad parroquial, a menudo ‘nos movemos mucho’ vamos girando rápidamente: cambiamos esto, probamos lo otro, que si me apunto a este cursillo, que si organizamos en la parroquia esta experiencia que se ha puesto de moda… pero así vamos dando tumbos, espirituales y pastorales, y no es de extrañar que no avancemos y acabemos ‘cayéndonos’.
Hoy el Señor, en la 2ª lectura, nos dice que, si queremos aprender a montar en esta bicicleta que es la vida cristiana, debemos tener “fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús”. Puede parecer algo obvio, pero se nos olvida con facilidad. Por eso el Papa Francisco, en “Evangelii gaudium”, su primera exhortación apostólica, nos recordaba que en la vida de fe «su centro y esencia es siempre el mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado» (11). Ahí debemos fijar los ojos.
Para no ir dando tumbos en nuestra vida de fe, necesitamos desarrollar la oración de contemplación. Está muy bien y es necesario rezar determinadas oraciones o contar al Señor nuestros proyectos, preocupaciones y necesidades, pero esto lo debemos complementar con la oración de contemplación. Se trata de lograr que en la oración llegue un momento en que callamos nosotros, dejamos de ‘mirar hacia abajo’, a la rueda de ‘nuestras’ oraciones y rezos, para ‘mirar al frente’, sabiéndonos y sintiéndonos en presencia del Señor, y fijar los ojos en Él y dejar que Él nos enseñe a montar en esta bicicleta que es la vida cristiana, que nos vaya indicando el ritmo y la velocidad a la que debemos ‘pedalear’, nosotros o nuestra comunidad parroquial, y hacia dónde y en qué momento debemos ‘girar el manillar’, qué cambios debemos introducir para avanzar en la dirección correcta, sin ir dando tumbos, ni espirituales ni pastorales.
ACTUAR:
En mi vida cristiana, ¿fijo los ojos ante todo en el Señor, o me miro demasiado a mí mismo o a mi comunidad parroquial? ¿Qué lugar ocupa la oración de contemplación? ¿Sé cómo hacerla?
Como aprender a montar en bicicleta, a muchas personas, les resulta muy difícil desarrollar la dimensión contemplativa, pero como decía también la 2ª lectura: “No os canséis ni perdáis el ánimo”. Nos costará, sobre todo al principio, y tendremos caídas, pero hay que seguir practicando. “Corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia”, para que la bicicleta que es nuestra vida como cristianos nos lleve hacia el encuentro con el Señor.