Estar donde debemos estar

VER:
Es muy común en la vida de los adultos experimentar en algún momento la sensación de que ‘no estamos donde deberíamos estar’: sentimos insatisfacción, inquietud, desgana… Nos cuesta atender las cosas de cada día. Por el contrario, también en la vida adulta podemos experimentar que, con el transcurso del tiempo, ‘estamos donde debemos estar’, y esto lo cambia todo: las cosas de la vida diaria siguen siendo las mismas pero las afrontamos con más decisión, nos sentimos ‘bien’ con nosotros y con los demás, aun dentro de los esfuerzos, dificultades y sinsabores.
JUZGAR:
Hoy estamos celebrando la Asunción de la Virgen María. Celebramos que, como indica la declaración dogmática de la Asunción: «cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste» (Munificentissimus Deus, 44), es decir, que María por fin ‘está donde debe estar’. No significa que antes María no estuviera donde debería estar; como celebramos en la fiesta de la Inmaculada Concepción, María fue elegida especialmente por Dios y preparada para ser la Madre de su Hijo hecho hombre. Y, por esta particular gracia, durante su vida terrena María siempre estuvo donde debía estar, desde que acogió el anuncio del ángel (“Hágase en mí según tu palabra”), pasando por los momentos más dolorosos (“Junto a la cruz de Jesús estaba su madre…”), hasta la última etapa con los Apóstoles tras la Resurrección de Jesús (“Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús”).
Lo que hoy celebramos es que ahora ya María está definitivamente donde debe estar: en la gloria celeste. La Asunción de la Virgen María encuentra su fundamento en lo que leemos en la 1ª lectura de la Vigilia: “David congregó en Jerusalén a todo Israel para subir el Arca del Señor al lugar que le había preparado… Llevaron el Arca de Dios y la colocaron en el centro de la tienda que David le había preparado”. El Arca de Dios es figura de María, que también es llamada ‘Arca de la Nueva Alianza’ porque Ella llevó en su vientre al Hijo de Dios y fue signo de la presencia divina, como hemos escuchado en el Evangelio del Día: “Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel… En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo…”. Por eso, igual que el rey David preparó un lugar especial para el Arca de la Alianza, Dios ha tenido siempre un lugar especial preparado para María, como también refleja la 2ª lectura del Día: “Se abrió en el cielo el santuario de Dios, y apareció en su santuario el arca de la alianza”.
Hoy celebramos solemnemente que María está donde debe estar, pero, como diremos en el Prefacio, «Ella es figura y primicia de la Iglesia, que un día será glorificada». Como dijo Jesús: “me voy a prepararos un lugar… para que donde estoy yo estéis también vosotros” (Jn 14, 2-3), también nos llama a estar donde debemos estar, y María asunta al cielo se nos ofrece como modelo para que ya en nuestra vida terrena vayamos experimentando la satisfacción de estar donde debemos estar.
De María debemos aprender lo que ha dicho Jesús en el Evangelio de la Vigilia: “Bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”. Como María, debemos ponernos a la escucha de la Palabra que Dios nos dirige de muchas formas: en la Sagrada Escritura, en la oración, en la formación, en los Equipos de Vida… Y, desde esa escucha, cumplir la Palabra. María, tras el anuncio del Ángel, “se levantó y se puso en camino de prisa…”. La fe debe hacerse acción, servicio y entrega, y ese servicio y entrega, aunque a menudo nos supongan esfuerzo y penalidades, nos hará experimentar que estamos donde debemos estar, donde Dios nos pide, y nos sentiremos ‘bien’ con nosotros y con los demás, y podremos decir, como María: “Proclama mi alma la grandeza del Señor…
ACTUAR:
Celebremos con alegría la Asunción de la Virgen María, porque es primicia de la gloria a la que estamos llamados. Que Ella, que es «ejemplo de esperanza segura y consuelo del pueblo peregrino», siga intercediendo por nosotros para que, a lo largo de nuestra vida terrena, tan a menudo llena de contratiempos, dificultades y cruces muy dolorosas, por la fe vayamos aprendiendo a estar donde debemos estar hasta que un día lleguemos al lugar que el Señor también ha preparado para todos nosotros, junto con María, en la gloria celeste.