Un baño de realidad

VER:
En tiempo de verano es muy común que en revistas, televisión, páginas web… aparezca información sobre lugares de veraneo, o cómo lo están pasando los personajes famosos de la vida social: cantantes, actores y actrices, deportistas… También las redes sociales se llenan de fotografías de viajes, fiestas… Todo muy idílico. Pero cuando surge alguna noticia dramática, o simplemente terminan las vacaciones, se rompe esa burbuja de felicidad y nos damos un baño de realidad: la mayor parte de nuestra vida tiene muy poco que ver con todo eso, más bien al contrario. Y, para muchas personas, las circunstancias en las que viven son un verdadero y durísimo ‘valle de lágrimas’.
JUZGAR:
La semana pasada, citando al Papa León, decíamos que necesitamos pedir en la oración que el Espíritu Santo nos haga descubrir un nuevo modo de ver y vivir la vida, lo que de verdad necesitamos. Y la Palabra de Dios de este domingo incide en esta línea.
En la 1ª lectura, del libro del Eclesiastés, hemos escuchado unas palabras con las que fácilmente podemos identificarnos: “¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar; de noche no descansa su mente”. El autor manifiesta que las cosas que nos parecen más deseables en la vida (riqueza, poder, placer…) son incapaces de darnos una satisfacción completa y duradera: pueden darnos algún momento de felicidad, pero son como una burbuja y después llega el baño de realidad: “también eso es vanidad”. Además, la certeza de la muerte es un muro contra el que se estrellan todos los proyectos, esperanzas y alegrías. Aunque el autor cree en Dios, para él es ‘Algo’ lejano, indiferente, que no logra dar un verdadero sentido ni esperanza a su vida, llevándole a un completo pesimismo y resignación en el sentido más negativo.
Esta experiencia del autor del Eclesiastés, que hoy es compartida por la mayoría de personas, es recogida por Jesús en el Evangelio que hemos escuchado, con esa parábola del hombre rico que se dice a sí mismo: “Tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. Si somos sinceros, todos desearíamos poder hacer esta afirmación, pero Jesús rompe esa burbuja de felicidad con un baño de realidad: “Dios le dijo: «Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?»” Jesús, como el autor del Eclesiastés, nos recuerda la certeza de la muerte pero Jesús introduce a Dios no como algo lejano e indiferente sino como Alguien que se preocupa por sus criaturas, que nos cuestiona porque no quiere que desaprovechemos nuestra vida, sino que busquemos lo que de verdad necesitamos.
Al decirnos al final de la parábola: “Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios”, Jesús nos enseña que el baño de realidad que constituye la mayor parte de nuestra vida no es para llevarnos a los extremos del ‘comamos y bebamos que mañana moriremos’ o del pesimismo desesperanzado, sino la oportunidad que tenemos para ser ‘ricos ante Dios’. Es la llamada que también hemos escuchado en la 2ª lectura: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”. Jesús, con su muerte y resurrección, ha roto los límites que suponen la conciencia de la caducidad de los bienes de la tierra y nuestra propia muerte, para abrirnos a la eternidad: “Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con Él”. Gracias a Cristo Resucitado sabemos que el baño de realidad que constituye nuestra vida incluye también desde ahora la vida eterna junto a Él.
ACTUAR:
Los cristianos no vivimos en una burbuja de felicidad; Jesús nos da continuamente un baño de realidad, pero una realidad que nos hace vivir como “Peregrinos de Esperanza” para ser “ricos ante Dios” y aspirar “a los bienes de arriba”, como estamos celebrando en este Jubileo: «Nosotros, mirando al tiempo que pasa, tenemos la certeza de que la historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no se dirigen hacia un punto ciego o un abismo oscuro, sino que se orientan al encuentro con el Señor de la gloria. ¿Qué será de nosotros después de la muerte? Más allá de este umbral está la vida eterna con Jesús, que consiste en la plena comunión con Dios, en la contemplación y participación de su amor infinito. Lo que ahora vivimos en la esperanza, después lo veremos en la realidad. Vivamos por tanto en la espera de su venida y en la esperanza de vivir para siempre en Él». (Bula Jubileo 19.21)