Lo que de verdad necesitamos

VER:
Una persona tenía mucha ilusión en comprarse un robot aspirador; cada vez que limpiaba su casa le parecía más necesario y fortalecía sus razones para comprárselo, y lo tenía prácticamente decidido. Hasta que un día se dio cuenta de que lo que de verdad necesitaba era hacer una serie de reparaciones en su hogar, y a eso debía destinar el dinero. Aunque siguió acordándose del robot cada vez que tenía que limpiar el suelo, agradeció no haberlo hecho para atender lo importante.
JUZGAR:
Esta anécdota nos sirve también para profundizar en nuestra oración. En el Evangelio hemos escuchado a Jesús diciéndonos: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá…” Y es muy común que el primer pensamiento que nos venga sea: ‘Pues yo he pedido y no me lo ha dado’. A veces pedimos a Dios cosas que nos parecen muy justas y necesarias, que nos facilitarían la vida a nosotros o a otros, lo esperamos con ilusión… pero, cuando Dios no nos concede eso que hemos pedido, reaccionamos con enfado, tristeza, frustración e incluso rechazo hacia Dios.
El apóstol Santiago recogió esta experiencia en su carta: “Pedís y no recibís, porque pedís mal” (4, 3). Por eso, en lugar de lamentarnos por lo que no recibimos, la Palabra de Dios de este domingo nos invita a hacer nuestras las palabras de uno de los discípulos: “Señor, enséñanos a orar”, para descubrir lo que de verdad necesitamos en nuestra vida y que sea eso lo que pidamos.
Y Jesús les enseñó y nos enseñó: “Cuando oréis, decid: «Padre»”. Lo primero en la oración es recordar que Dios es Padre. Y, desde esa conciencia de estar dirigiéndome a ‘mi Padre’, lo segundo es orar con confianza y exponiéndole lo que creo que necesito, como el amigo de la parábola del Evangelio, que acude a pedir “durante la medianoche”, insistiendo aun a sabiendas de que está siendo importuno, pero confiando en que el otro “le dará cuanto necesite”.
Una confianza que nos lleva, en tercer lugar, a ser insistentes, a no darnos por vencidos a las primeras de cambio como como Abrahán en la 1ª lectura: “Me he atrevido a hablar a mi Señor, ¿y si…?”
Pero todo esto me debe llevar, en cuarto lugar, a ‘dejar a Dios ser Dios’, a confiar en que Él, como Padre, sabe mejor que yo lo que de verdad necesito en cada momento de mi vida. Por eso el Señor nos ha dicho: “¿Cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?”.
Pedir el Espíritu Santo debería ser lo fundamental de nuestra oración. Por supuesto que debemos exponer al Señor nuestras necesidades o las de otros, lo que pensamos o esperamos… pero siempre dejando espacio al Espíritu Santo, que será quien nos hará descubrir la respuesta que Dios, nuestro Padre, da a nuestra oración. Una respuesta que, aunque no sea la que esperamos o queremos, siempre será lo mejor para nosotros, porque será lo que de verdad necesitamos.
Como dijo el Papa León XIV en su homilía de Pentecostés: «El Espíritu abre las fronteras, ante todo, dentro de nosotros. Es el Don que abre nuestra vida al amor. Y esta presencia del Señor disuelve nuestras durezas, nuestras cerrazones, los egoísmos, los miedos que nos paralizan, los narcisismos que nos hacen girar sólo en torno a nosotros mismos. El Espíritu Santo viene a desafiar, en nuestro interior, el riesgo de una vida que se atrofia, absorbida por el individualismo. El Espíritu de Dios, en cambio, nos hace descubrir un nuevo modo de ver y de vivir la vida. Nos abre al encuentro con nosotros mismos, más allá de las máscaras que llevamos puestas; nos conduce al encuentro con el Señor enseñándonos a experimentar su alegría; nos convence de que sólo si permanecemos en el amor recibimos también la fuerza de observar su Palabra y, por tanto, de ser transformados por ella. Jesús dice que este Don es el amor entre Él y el Padre que viene a habitar en nosotros. Y cuando el amor de Dios mora en nosotros, somos capaces de abrirnos a los hermanos, de vencer nuestras rigideces». (8 de junio de 2025)
ACTUAR:
¿He aprendido a descubrir lo que de verdad necesito en mi vida? ¿Cómo reacciono cuando pido algo a Dios y no lo obtengo? ¿Mi oración es insistente, incluso atrevida, como Abraham? ¿Confío en que Dios es Padre? ¿Pido que el Espíritu Santo me haga descubrir un nuevo modo de ver y vivir la vida?
El Espíritu Santo es lo que de verdad necesitamos en nuestra vida, porque Él es el que da contenido a las palabras de Jesús: “Pedid… buscad… llamad, porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre”. Más allá de las necesidades inmediatas, Él es quien nos hace ‘elegir la parte mejor’, como decíamos el domingo pasado hablando de Marta y María, y así poder afirmar convencidos lo que hemos repetido en el Salmo: “Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor”.