Esperanzas defraudadas

VER:
Dentro del Jubileo que tiene por lema “Peregrinos de esperanza”, desde el Domingo de Ramos estamos siguiendo esta Semana Santa el material de reflexión que ha publicado la Diócesis de Valencia, sobre la Bula de convocatoria, titulada “Spes non confundit” (La esperanza no defrauda). Y ya dijimos entonces que no resulta fácil hablar hoy de esperanza, porque ante la acumulación de sufrimientos y problemas, en lo personal y en lo social, muchos se sientan tentados de abandonar y de sucumbir al pesimismo. Como dice el Papa Francisco: «Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad».
JUZGAR:
El Viernes Santo nos confrontamos con la realidad del misterio de la Cruz de Jesús. En Él vemos plasmada la aparente contradicción que hemos escuchado en la 1ª lectura. Comienza afirmando: “Mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho…” Pero continúa diciendo: “Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres… despreciado y desestimado, maltratado…” ¿Cómo mantener la primera afirmación, si la realidad es ese “hombre de dolores”? No es de extrañar que “muchos se espantaron de él”, porque no podían aceptar que el Siervo de Dios tuviese que sufrir.
Es lo que vivió Jesús: su aceptación de la Pasión supuso que las esperanzas de los Discípulos quedaran defraudadas: Judas lo entregó porque no actuaba como el Mesías revolucionario que esperaba; Pedro se siente defraudado cuando Jesús no se resiste a su prendimiento y acaba negándole tres veces; y el resto de Discípulos, excepto Juan, lo abandonan y huyen.
Contemplar la Cruz de Jesús, nos obliga hoy a contemplar el mar de cruces que inundan el mundo y nuestra vida. La austeridad de la liturgia nos ayuda a contemplar esas cruces sin adornos, sin paliativos: aunque no lo queramos reconocer, vivimos en un ambiente generalizado de dolor y sufrimiento para la mayoría de personas: enfermedades, rupturas, problemas económicos, guerras que no cesan, crispación política, hambre, inmigración, pobreza, soledad… Ante tantos dramas que nos aquejan, ante tantas cruces, todos los proyectos se estrellan y es comprensible que nuestras esperanzas queden defraudadas.
Pero no miramos sólo la Cruz. Contemplamos a Jesús en la Cruz, y eso lo cambia todo, porque como dice el Papa: «La esperanza nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la Cruz». Y, desde Él, como María y Juan al pie de la Cruz, contemplamos a todos los crucificados.
El sufrimiento forma parte de la existencia humana. Es cierto que debemos hacer todo lo posible para superar el sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos. Esto sólo podría hacerlo Dios: y sólo un Dios que, haciéndose hombre, entrase personalmente en la historia y sufriese en ella. Y este Dios es Cristo en la Cruz.
Contemplándole a Él en su Pasión y Muerte descubrimos que todavía podemos esperar, aunque aparentemente ya no haya nada más que esperar para mi vida o para el momento histórico que estoy viviendo, porque, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor. Sólo una esperanza así puede dar ánimo para actuar y continuar en el presente. Lo que nos da ánimos y orienta nuestra actividad, tanto en los momentos buenos como en los malos, es la gran esperanza fundada en las promesas de Dios.
ACTUAR:
Ante las cruces y los crucificados, es lógico que nuestras esperanzas queden defraudadas. Como dice el Papa en la Bula «La vida está hecha de alegrías y dolores, el amor se pone a prueba cuando aumentan las dificultades y la esperanza parece derrumbarse frente al sufrimiento. Pero en tales situaciones, en medio de la oscuridad se percibe una luz, una fuerza que brota de la Cruz y de la resurrección de Cristo. Y eso lleva a desarrollar una virtud estrechamente relacionada con la esperanza: la paciencia. Estamos acostumbrados a quererlo todo de inmediato. En la era del internet, donde el espacio y el tiempo son suplantados por el “aquí y ahora”, la paciencia resulta extraña. La paciencia, que es fruto del Espíritu Santo, mantiene viva la esperanza». El Viernes Santo, Jesús en la Cruz, nos invita a permanecer ante las cruces y los crucificados, no defraudados sino esperando con paciencia, confiando en que Dios cumple en Jesucristo su promesa: la salvación para cada persona, para la Iglesia, para toda la humanidad. Ésa es la esperanza cristiana que brota de Jesús en la Cruz.