Las esperanzas humanas

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Estamos celebrando el Jubileo que tiene por lema “Peregrinos de esperanza”, y la Diócesis de Valencia ha publicado un material de reflexión, que vamos a seguir durante esta Semana Santa, sobre la Bula de convocatoria, titulada “Spes non confundit” (La esperanza no defrauda). La Bula es un documento en el que el Papa Francisco nos invita a reflexionar profundamente sobre la virtud de la esperanza en nuestras vidas, una virtud de la que estamos muy necesitados, tanto cada uno de nosotros como también nuestro mundo actual.
JUZGAR:
No resulta fácil hablar hoy de esperanza, en un ambiente generalizado de dolor, guerras que no cesan, inmigración pobreza, soledad y tantos otros dramas que nos aquejan. Es comprensible que, ante la acumulación de sacrificios y problemas, muchos se sientan tentados de abandonar y de sucumbir al pesimismo. Como dice el Papa Francisco: «Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad». Pero también el Papa nos habla de que «en el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana, porque la esperanza está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive». (Fratelli tutti 55)
Esta esperanza enraizada en el corazón humano se basa en principio en unas ‘esperanzas humanas’ que necesitamos para vivir. Ya Benedicto XVI, en “Spe salvi” dijo que, «a lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida. Sin embargo, aunque estas esperanzas se cumplan, el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Nosotros necesitamos tener esperanzas —más grandes o más pequeñas—, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquéllas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día sin perder el impulso de la esperanza». Por eso, «para nosotros, la esperanza tiene un nombre y una razón: Cristo». Él es nuestra Gran Esperanza, que va más allá, supera y da sentido a las esperanzas humanas, y la Semana Santa nos ofrece la oportunidad de encontrarnos con Él para enraizarnos en ‘la esperanza que no defrauda’.
El Domingo de Ramos conmemora la entrada del Señor en Jerusalén. Como hemos escuchado, “la multitud de los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios a grandes voces, diciendo: «¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor!»” Jesús es aclamado por el pueblo porque se le identifica con el rey descendiente de David, el Mesías que por fin liberará al pueblo del dominio romano y restablecerá el reino de Israel. Jesús, para ellos, personifica ‘las esperanzas humanas’ que tanto habían ansiado desde hacía siglos, unas esperanzas que sobre todo son de tipo político, social y económico.
Pero, como también hemos escuchado en el relato de la Pasión, el pueblo pronto se sentirá defraudado en sus esperanzas y pedirá la condena de Jesús: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!” Incluso en la Cruz continuarán mostrando su rechazo a Jesús por haber defraudado sus esperanzas: “Los magistrados le hacían muecas, diciendo: «Que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de Dios, el Elegido…» Los soldados le ofrecían vinagre: «Si eres Tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Incluso uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres Tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros…»” Para ellos, Jesús no cumple las esperanzas humanas que habían depositado en Él, y por eso lo crucifican.
ACTUAR:
El Domingo de Ramos, primer día de la Semana Santa, nos invita a preguntarnos: ¿Cuáles son mis esperanzas. ¿Son, principalmente, ‘esperanzas humanas’, de tipo material, familiar, económico, político, social…? ¿Espero que Jesús satisfaga esas esperanzas? ¿Me he sentido o siento defraudado por Él, lo rechazo y ‘crucifico’ cuando alguna de mis esperanzas no se cumple?
Como veremos en los próximos días, Jesús es la Gran Esperanza que no defrauda, una Esperanza enraizada en la realidad, por dura que ésta sea, pero superándola y dándole un alcance infinito. Hoy, nosotros aclamamos a Jesús porque realmente “viene en nombre del Señor”, porque la esperanza cristiana no engaña ni defrauda, ya que está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino, manifestado en Jesús, su Hijo muerto en la Cruz y Resucitado.