¿Por qué?

VER:
En pocas semanas he tenido conocimiento de problemas que están sufriendo varias personas de mi entorno: enfermedades graves, conflictos familiares muy serios, otras circunstancias repentinas que afectan dolorosamente a las personas… Esto provoca, en quienes pasan por esas situaciones, que se pregunten ‘¿por qué?’. Pero esta pregunta, a menudo no tiene respuesta, y se cae en el fatalismo y la desesperanza. Y lo mismo ocurre con los grandes problemas mundiales: están ahí, millones de personas los sufren, pero la pregunta de ‘¿por qué?’ no encuentra una respuesta satisfactoria y, lo que es peor, tampoco se les ve vías de solución o, por lo menos, de avance.
JUZGAR:
Es lógico que, ante el dolor, el sufrimiento, propio o ajeno, nos preguntemos ‘¿por qué?’ y busquemos respuestas y, si podemos, busquemos culpables. Pero es muy común que no encontremos una causa concreta o un culpable para esas situaciones. Es lo que Jesús ha dicho en el Evangelio, cuando “se presentaron algunos a contar lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían”; y lo que Jesús añade al referirse a “aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató”. La gente buscaba explicaciones, ‘culpables’, pero Jesús les responde: “¿Pensáis que eran más pecadores que los demás…? Os digo que no”. Hay cosas malas que ‘ocurren’, que nos sobrevienen, sin más, sin que sean consecuencia de algo que nosotros o los demás hemos hecho.
Y esto lleva, también muy a menudo, a otras preguntas: ‘¿Y por qué Dios no hace nada? ¿Por qué no lo ha evitado? ¿Por qué no me saca de ésta? ¿Por qué no me cura o cura a esta persona?’. Y, como tampoco para esta pregunta hay una respuesta clara, surge la desesperanza y, al final se acaba negando la existencia de Dios o abandonándolo porque nos parece que no nos hace caso.
Pero, como hemos escuchado en la 1ª lectura, Dios no es indiferente al dolor y sufrimiento: “He visto la opresión de mi pueblo… he oído sus quejas… conozco sus sufrimientos… He bajado a librarlo de los egipcios”. Bajó entonces por medio de Moisés, siguió bajando por medio de diferentes miembros de su pueblo, y finalmente bajó Él mismo en su Hijo hecho hombre, que murió y resucitó por nosotros y por nuestra salvación, para librarnos de la desesperanza que provoca el dolor y el sufrimiento.
De ahí la llamada de Jesús: “Si no os convertís, todos pereceréis…” La Cuaresma es el tiempo para ‘convertirnos’, para confiar más en este Dios que no nos protege del sufrimiento, que no responde a nuestros ‘¿por qué?’ sino que se mete con nosotros en medio del sufrimiento para que, por su muerte y su resurrección, encontremos en Él nuestra fuerza y esperanza.
Cuando, como es lógico ante el sufrimiento, nos preguntemos ‘¿por qué?’, podemos tener presentes las palabras del Papa Francisco en la Bula de convocatoria del Jubileo: «La vida está hecha de alegrías y dolores, el amor se pone a prueba cuando aumentan las dificultades y la esperanza parece derrumbarse frente al sufrimiento. Pero en tales situaciones, en medio de la oscuridad se percibe una luz; se descubre cómo lo que sostiene es la fuerza que brota de la cruz y de la resurrección de Cristo.
Cristo murió, fue sepultado, resucitó, se apareció. Por nosotros atravesó el drama de la muerte. El amor del Padre lo resucitó con la fuerza del Espíritu. La esperanza cristiana consiste precisamente en esto: ante la muerte, donde parece que todo acaba, se recibe la certeza de que, gracias a Cristo, a su gracia, que nos ha sido comunicada en el Bautismo, recibimos en Él resucitado el don de una vida nueva, que derriba el muro de la muerte».
ACTUAR:
¿Estoy atravesando alguna situación de especial sufrimiento? ¿Me pregunto y pregunto a Dios ‘por qué’? ¿Me des-espero? ¿Siento la necesidad de convertirme a este Dios que padece con nosotros?
En Cuaresma se nos recuerda especialmente que «la vida cristiana es un camino, que también necesita momentos fuertes para alimentar y robustecer la esperanza, compañera insustituible que permite vislumbrar la meta: el encuentro con el Señor Jesús». Aprovechemos este tiempo para que la oración individual y comunitaria, la Eucaristía, el Sacramento de la Reconciliación… sean para nosotros verdaderos momentos fuertes de conversión que alimenten nuestra fe y nuestra esperanza en Jesús, muerto y resucitado
Los ‘¿por qué?’ seguirán a menudo sin respuesta, pero «nosotros, en virtud de la esperanza en la que hemos sido salvados, mirando al tiempo que pasa, tenemos la certeza de que la historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no se dirigen hacia un punto ciego o un abismo oscuro, sino que se orientan al encuentro con el Señor de la gloria. Vivamos por tanto en la espera de su venida y en la esperanza de vivir para siempre en Él».