Coherencia

VER:
Hace unas semanas fue noticia que una actriz, bastante bien valorada, había publicado tiempo atrás unos comentarios en redes sociales que presuntamente resultaban inaceptables. Esto provocó sorpresa en muchos que hasta ese momento la habían ensalzado y en pocos días vio anuladas sus apariciones públicas. Más allá de las circunstancias de este hecho, esta situación se produce con bastante frecuencia, no sólo en el ámbito público o redes sociales, sino también en nuestro entorno más cercano: tenemos muy buena opinión de una persona, pero un día leemos o escuchamos lo que dice respecto a algún tema y nos sorprende negativamente, y nos sentimos engañados.
JUZGAR:
En la 1ª lectura hemos escuchado: “Cuando la persona habla, se descubren sus defectos… la persona es probada en su conversación. No elogies a nadie antes de oírlo hablar…” Esto es válido para cualquier persona, tenga o no tenga fe, para no dejarnos engañar por las apariencias ni poner la confianza en alguien de un modo irreflexivo, sin conocer realmente a esa persona. Hemos de comprobar siempre la coherencia entre palabras y obras.
Y a nosotros, precisamente porque decimos que tenemos fe, estas palabras nos tienen que cuestionar de un modo especial. Por eso Jesús, en el Evangelio, ha propuesto a sus discípulos unos ejemplos para que también sean coherentes en palabras y en obras. Y Jesús se dirige a todos, por lo tanto, al escuchar sus palabras no hemos de pensar en ‘los otros’, sino en nosotros mismos.
“¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?” No se trata de ceguera física, sino de la actitud de los discípulos que no tienen la mirada de Dios sobre las personas o sobre los hechos, y lo que hacen es transmitir sus propias ideas, provocando ‘caídas’ en errores.
“No está el discípulo sobre su maestro”. Unido a lo anterior, el que transmite sus propias ideas suplanta al verdadero Maestro, que es Jesús, con las nefastas consecuencias que los ‘mesianismos’ han provocado a lo largo de la historia. Hemos de tener presente lo que dijo el Papa Francisco: «ya no decimos que somos ‘discípulos’ y ‘misioneros’, sino que somos siempre ‘discípulos misioneros’». (EG 120) Y, como ‘discípulos misioneros’, necesitamos una formación que nos ayude a conocer y profundizar cada vez más en el conocimiento de nuestro Maestro, y así, “cuando termine su aprendizaje, será como su maestro”: sólo desde una correcta formación cristiana podremos parecernos algo al Maestro.
“¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?” El que no tiene la mirada de Jesús y suplanta al Maestro acaba convirtiéndose en un hipócrita, alguien que se erige en árbitro y juez de los demás pero que no reconoce sus propias incoherencias, es un egocéntrico. Como discípulos misioneros, necesitamos revisarnos en el Sacramento de la Reconciliación para identificar nuestras ‘vigas’, nuestros pecados, y corregirlos con la gracia de Dios. Sólo entonces, desde la humildad del pecador perdonado, podremos ayudar a que otros descubran sus ‘motas’.
“Cada árbol se conoce por su fruto… de lo que rebosa el corazón habla la boca”. Es la consecuencia de todo lo anterior: por mucho que utilicemos palabras o gestos de fe, si no brotan de una verdadera experiencia personal de encuentro con el Señor, acabaremos delatándonos en nuestra hipocresía, porque en realidad nuestro corazón rebosa sólo de nuestras propias ideas, no de las de Jesús, seremos egocéntricos y no cristocéntricos. Y, lo que es peor, haremos brotar frutos malos en nosotros y en quienes nos hayan creído.
ACTUAR:
¿Procuro tener la mirada de Jesús sobre las personas y los acontecimientos, o me ‘ciego’ en mis criterios siendo un egocéntrico? Como discípulo, ¿sigo una formación permanente, o creo que no la necesito porque ya sé todo lo que dice el Señor? ¿Recibo regularmente el Sacramento de la Reconciliación para corregir las ‘vigas’ que tengo? ¿Suelo juzgar a los demás? ¿De qué ‘rebosa’ verdaderamente mi corazón?
Estamos a punto de iniciar la Cuaresma, un tiempo de conversión, de volvernos más hacia Dios. Y este domingo nos ofrece varias pistas para llevar a cabo dicha conversión, para crecer en coherencia entre palabras y obras, para no engañarnos ni pretender engañar a otros, para ser mejores discípulos misioneros, y así que vayan surgiendo los frutos buenos que el Señor espera, y que nosotros y nuestro mundo necesitamos.