A contracorriente

VER:
En el transporte público escuché estas palabras que un abuelo dirigía a su nieto, que por lo visto iba a empezar a ir al colegio: ‘Y si algún niño te pega, tú devuélvesela y, si puedes, más fuerte’. No era el momento ni el lugar de iniciar un debate respecto a la ‘educación’ que estaba dando al niño, pero pensé que, si ya desde pequeños se inculca ese modo de actuar, no es de extrañar que la crispación y la violencia estén cada vez más presentes en nuestras vidas.
JUZGAR:
Es muy común decir que ser cristiano es ir contracorriente, pero al escuchar el Evangelio de hoy esto se nota de un modo más patente. Las indicaciones que Jesús da a sus discípulos chocan frontalmente con el modo común de pensamiento: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra…” Por mucho que nos empeñemos, este modo de obrar no es el que sale normalmente de nosotros, más bien lo contrario.
Sin embargo, también sabemos que ese modo de obrar sólo conduce a perpetuar el mal y lo único que se consigue es hacer que las cosas vayan cada vez peor. Sentimos que sería necesario cortar por algún sitio, pero no sabemos cómo hacerlo, y también nos faltan las fuerzas necesarias para ello.
Por eso, también el Señor nos da la clave para empezar a cortar esa dinámica de la violencia. No se trata de hacer un esfuerzo casi sobrehumano de contención y represión, sino de seguir un proceso, que tiene dos fases. La primera es: “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten… pues con la medida que midiereis se os medirá a vosotros”. Y esto ya lo entendemos mejor, porque nos hace poner la mirada en nosotros mismos: ¿Cómo me gusta que me traten los demás? ¿Con educación, respeto, comprensión, paciencia…? Pues para seguir las indicaciones de Jesús he de ser yo el que trate a los demás con educación, respeto, comprensión y paciencia, empezando por los temas más cotidianos y por las personas más cercanas, no devolviendo mal por mal ni insulto por insulto. (cfr. 1Pe 3, 9)
Y la segunda fase de este proceso para cortar la dinámica de la violencia es: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Aquí ya ponemos a Dios como el punto de referencia; seguimos partiendo de nosotros mismos pero vamos más allá. ¿Cómo y en qué ocasiones ha sido Dios misericordioso conmigo? ¿Cuántas veces no me ha condenado, sino que me ha perdonado? Es esta conciencia de la misericordia de Dios que hemos recibido la que nos dará ‘la medida’ que debemos usar con los demás, y la fuerza necesaria para ir contracorriente, para no juzgar ni condenar, sino perdonar y amar. Como dijo el Papa Francisco en la Bula de convocatoria del Jubileo de la Misericordia (2015): «La misericordia no es sólo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas es la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir. ¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices».
ACTUAR:
En mi vida cotidiana, ¿qué criterios me guían? ¿Amo y hago el bien sólo a los que me aman y hacen el bien? ¿El que me la hace me la paga? ¿Trato a los demás como quiero que ellos me traten?
Para ser misericordiosos como el Padre es misericordioso, necesitamos el Sacramento de la Reconciliación, sobre todo en este año jubilar, porque nos hace experimentar las palabras del Salmo que hoy hemos escuchado: “Él perdona todas tus culpas. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas”.
Decidámonos a ir contracorriente, cortemos la dinámica de la violencia siendo “misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso”, porque «la misericordia es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible. El amor nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos. Es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor misericordioso de los cristianos. Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros».