La verdadera NAVIDAD no ha pasado

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Para casi todos, las fiestas de Navidad son ya un recuerdo: se han guardado los adornos y el Belén, se han retomado las clases y los horarios habituales y la vida vuelve a su curso normal. Quizá algún regalo que hemos recibido estos días nos haga pensar que ‘esto me lo regalaron en Navidad’; quizá en unos pocos lugares conservan la tradición de dejar el Belén hasta la fiesta de la Presentación del Señor, el 2 de febrero… pero la sensación general es que ya ha pasado la Navidad.
JUZGAR:
Sin embargo, para quienes somos y formamos la Iglesia la Navidad no ha pasado. Hoy estamos celebrando la fiesta del Bautismo del Señor. Hoy todavía es Navidad y, de hecho, la Palabra de Dios que hemos escuchado nos trae reminiscencias del Adviento y la Navidad. Así, en la 1ª lectura hemos escuchado: “En el desierto preparadle un camino al Señor…” un mensaje propio del Adviento; la 2ª lectura, de la carta a Tito, se lee en las Misas de Medianoche y de la Aurora del día de Navidad; y la primera parte del Evangelio, “viene el que es más fuerte que yo”, la escuchábamos el tercer domingo de Adviento. La Palabra de Dios nos está recordando que la verdadera Navidad no ha pasado, que no hay que confundir la Navidad con los elementos exteriores con que la hemos adornado y ocultado.
La verdadera Navidad es celebrar la manifestación de Jesús como “Dios-con-nosotros”, para que podamos encontrarnos con Él. Una primera manifestación la celebramos en la Nochebuena y Navidad, con su nacimiento pobre y humilde y sólo conocido por unas pocas personas. Una segunda manifestación la celebramos en la Epifanía: el Hijo de Dios hecho hombre se muestra a todos los pueblos, razas y culturas, representados en los Magos de Oriente.
Y hoy celebramos la tercera manifestación, que hemos escuchado en el Evangelio: “Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre Él y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco»”. Jesús se manifiesta plenamente como “Dios-con-nosotros”, como Hijo amado del Padre, ungido por el Espíritu Santo, que inicia su misión evangelizadora.
Por eso, la verdadera Navidad no ha pasado, sino que continúa, y nosotros debemos continuarla. En nuestro Bautismo también el Padre nos dice: “Tú eres mi hijo, el amado” y también recibimos el Espíritu Santo para que, como Jesús, tomemos conciencia de nuestro ser hijos de Dios y de la misión que debemos desarrollar, para que la verdadera Navidad continúe.
Una misión que en este Año Jubilar tiene un acento especial: estamos llamados a ser “Peregrinos de esperanza”. Y como la verdadera Navidad no ha pasado, conviene recordar las palabras del Papa Francisco en su homilía de Nochebuena, que nos orientan para esta misión a la que estamos llamados: «Si Dios viene, aun cuando nuestro corazón se asemeja a un pobre pesebre, entonces podemos decir: la esperanza no ha muerto, la esperanza está viva, y envuelve nuestra vida para siempre. Para acoger este regalo, estamos llamados a ponernos en camino. Ésta es nuestra tarea, traducir la esperanza en las distintas situaciones de la vida. Porque la esperanza cristiana no es un final feliz que hay que esperar pasivamente, no es el final feliz de una película; es la promesa del Señor que hemos de acoger aquí y ahora, en esta tierra que sufre y que gime. La esperanza no tolera la indolencia del sedentario ni la pereza de quien se acomoda en su propio bienestar; la esperanza no admite la falsa prudencia de quien no se arriesga por miedo a comprometerse, ni el cálculo de quien sólo piensa en sí mismo; es incompatible con la vida tranquila de quien no alza la voz contra el mal ni contra las injusticias que se cometen sobre la piel de los más pobres. Al contrario, la esperanza cristiana, mientras nos invita a la paciente espera del Reino que germina y crece, exige de nosotros la audacia de anticipar hoy esta promesa, a través de nuestra responsabilidad».
ACTUAR:
La verdadera Navidad no ha pasado, porque nos ha abierto la puerta de “la esperanza que no defrauda”. Jesús, el Hijo, fue bautizado para que nosotros, por nuestro bautismo, seamos y vivamos también como verdaderos hijos de Dios, siendo “Peregrinos de esperanza”. «A nosotros se nos pide que hallemos en Él nuestra mayor esperanza, para luego llevarla, como peregrinos de luz en las tinieblas del mundo. Todos nosotros tenemos el don y la tarea de llevar esperanza allí donde se ha perdido; allí donde la vida está herida, en las expectativas traicionadas, en los sueños rotos, en los fracasos que destrozan el corazón; en el cansancio de quien no puede más, en la soledad amarga de quien se siente derrotado, en el sufrimiento que devasta el alma; en los días largos y vacíos de los presos, en las habitaciones estrechas y frías de los pobres, en los lugares profanados por la guerra y la violencia. El Jubileo se abre para que a todos les sea dada la esperanza, la esperanza del Evangelio, la esperanza del amor, la esperanza del perdón».