¿Lo vamos a recibir?

VER:
Como dijimos en la Nochebuena, para la mayoría de personas la Navidad significa poco o nada, y menos aún en este tramo final. El día de Navidad ya ha pasado, también los festejos de la Nochevieja, y toda la atención está puesta en el día de Reyes, pero no por lo que significa la fiesta de la Epifanía, sino por los regalos o en las próximas rebajas. Sin embargo, nosotros debemos tener claro que seguimos en tiempo de Navidad, y este domingo nos ofrece la oportunidad de profundizar en el Misterio que estamos celebrando.
JUZGAR:
Hemos escuchado el prólogo del Evangelio según san Juan, que es un himno en el que están presentes los temas que luego se irán desarrollando a lo largo del Evangelio, y que podemos resumir en la afirmación: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria”. Es lo que estamos celebrando en Navidad: Jesús es el rostro visible de Dios, es el Dios-con-nosotros, que se ha hecho uno de nosotros para darnos su misma vida, que vence incluso a la muerte.
Como indica el tema 1 del Itinerario de Formación Cristiana para Adultos (IFCA) “Ser cristianos en el corazón del mundo”, «el hecho que está en la base del cristianismo es que Dios se revela, nos muestra quién es. El cristianismo, más que una búsqueda de Dios, consiste en que Dios es quien nos busca amorosamente. Ese misterio de Dios se nos muestra como gracia, don, amor y si hace falta perdón. El Misterio es Vida, plenitud de vida, vida eterna».
Pero hemos escuchado: “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió…” Este Dios-con-nosotros que nos trae su misma vida no se impone, sino que se propone; por tanto podemos acogerlo o rechazarlo. Por eso, nosotros debemos seguir celebrando la Navidad para ‘recibirla’, sin despistarnos ni dejarnos arrastrar por el ambiente que nos rodea, para que no caigamos en lo que decía san Juan: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron”.
Recibir a alguien es admitirlo en nuestra compañía, acogerlo en nuestra casa, integrarlo en nuestra vida; pero ‘recibir’ al Verbo encarnado es algo que va mucho más allá, porque también decía san Juan: “A cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre”. La grandeza de la Navidad es que el Hijo de Dios, la Palabra o Verbo de Dios, por amor “se hizo carne” para que nosotros, si lo recibimos, podamos ser hijos de Dios y vivir ya desde ahora como tales, como decía san Pablo en la 2ª lectura: “Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, a ser sus hijos”.
La Navidad también es celebrar que, por Jesucristo, el Verbo de Dios hecho carne, «somos familia de Dios, Él nos asume como hijos. Cada una de sus criaturas humanas está llamada a pertenecer a la gran familia de los hijos de Dios. En el origen y destino de cada ser humano está el deseo de Dios de hacerle partícipe de su vida y amor. Todo ser humano de cualquier sexo, raza o condición es destinatario del don de Dios» (IFCA).
En este domingo segundo después de Navidad se nos recuerda que Dios nos ofrece «la plenitud para el ser humano que tiene un centro Jesucristo, el Verbo encarnado. Él es cabeza de la creación, de la historia y de la salvación. Él es el que nos desvela el misterio de nuestra propia vida y la grandeza de nuestra vocación humana».
ACTUAR:
Seguimos en Navidad, seguimos celebrando el Misterio del Dios-con-nosotros y su amor, «un Dios que no sólo nos da dones sino que se nos da en sus dones, de tal manera que entramos a participar de la naturaleza del mismo Dios», como verdaderos hijos suyos. Preguntémonos: ¿Vamos a seguir viviendo la Navidad, o la ‘guardaremos’ hasta el año que viene, como hacemos con los adornos y las figuritas del Belén? ¿Cuál va a ser nuestra respuesta personal ante este don que Dios ha hecho de Sí mismo en su Hijo hecho carne: lo vamos a recibir en nuestra vida, con todo lo que eso significa, o no?
Esta noche ‘vienen los Reyes Magos’, y mañana celebraremos la fiesta de la Epifanía del Señor. Muchos, mayores y pequeños han escrito su carta a los Reyes pidiendo diferentes regalos que esperan recibir. Pero el mejor regalo que podemos pedir ya lo escribió san Pablo en la carta a los Efesios y lo hemos escuchado en la 2ª lectura. Para recibir el mayor Regalo, que es el Verbo hecho carne, pedimos para todos “que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos”.