Levantaos, alzad la cabeza

VER:
Esta homilía comenzamos a prepararla durante los días en que en la provincia de Valencia y otros lugares de España se estaban sufriendo las catastróficas consecuencias de las inundaciones acaecidas a finales de octubre por la DANA. Fueron días de mucho dolor, sufrimiento, muerte, angustia, desesperación, rabia… En todas partes había un sentimiento generalizado de profunda tristeza, tanto por lo que se estaba viviendo ahora como por el futuro que les espera a tantas personas que han perdido seres queridos y también lo han perdido todo. Si esto lo unimos a las guerras que no cesan, el drama de la inmigración y a tantos otros males que aquejan a nuestro mundo, el panorama es desolador, y no es de extrañar que predomine el abatimiento y la desesperanza.
JUZGAR:
Hoy comenzamos el tiempo de Adviento y, en este ambiente generalizado, no resulta fácil hablar de lo propio del Adviento, que es la esperanza. Pero precisamente por lo mal que está todo, tenemos que dejar que resuenen las palabras que Jesús ha dicho en el Evangelio: “Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación”.
Jesús no ha venido a traer un mensaje fantasioso e ilusorio, el ‘opio del pueblo’. El Evangelio, la Buena Noticia que Él anuncia, esta enraizada en la realidad, por dura que ésta sea, como también ha dicho, utilizando un lenguaje apocalíptico: “Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas, desfalleciendo por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo”. Pero estas imágenes, que podrían fácilmente aplicarse a nuestra realidad actual, no pretenden infundirnos miedo sino todo lo contrario, esperanza: “Entonces verán al Hijo del hombre venir…”.
Ante situaciones trágicas, es lógico caer en la desesperación, la zozobra, el sinsentido de la existencia. Pero Jesús es la Buena Noticia del Dios que, por amor, se ha encarnado por nosotros y por nuestra salvación. Por eso, el Adviento nos recuerda cada año que Dios es un Dios cercano: vino una vez al hacerse hombre, como celebraremos en Navidad; vendrá de nuevo, al final de los tiempos, no sabemos cuándo; y también viene ahora, «en cada persona, en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe» (Prefacio III de Adviento). La llamada a la esperanza es porque la fe en Dios no es sólo para el futuro, sino para el presente. Dios es compañero de camino sobre todo, cuando éste más duro se presenta. Y desde esta esperanza podemos acoger las palabras de Jesús: “Levantaos, alzad la cabeza”.
Para que podamos levantarnos y alzar la cabeza, el Señor añade: “Tened cuidado de vosotros, no sea que emboten vuestros corazones… Estad despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder”. Son unas llamadas a no dejarnos arrastrar ni por sentimientos pesimistas ni por huidas de la realidad, sino a ser responsables y conscientes por nosotros y por los demás, desde la vigilancia y la oración, que también son elementos propios del Adviento.
Y para empezar a ‘levantarnos y alzar la cabeza’, para afrontar desde la fe la realidad que debemos vivir, el Salmo responsorial pone en nuestros labios las palabras adecuadas: “A Ti, Señor, levanto mi alma. Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque Tú eres mi Dios y Salvador”. Éste es el punto en el que debemos situarnos al comienzo de este Adviento.
ACTUAR:
“Levantaos, alzad la cabeza.” En toda la Iglesia estamos preparando el próximo Jubileo de 2025, que tiene por lema: “Peregrinos de esperanza”, Preparar y celebrar el Jubileo no es algo accesorio, superfluo, un escapismo de la realidad, sino que cobra aún más sentido ante situaciones dramáticas como las que vivimos aquí y en todo el mundo, y esto lo vemos en la Bula de convocatoria, que tiene por título “La esperanza no defrauda”. Como dice el Papa Francisco: «La imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea, para todos, ocasión de reavivar la esperanza. El Espíritu Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia, es quien irradia en los creyentes la luz de la esperanza. Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga, para dar apoyo y vigor a nuestra vida. La esperanza cristiana no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino», un amor manifestado en su Hijo hecho hombre, cuya venida vamos a preparar durante este Adviento.