¿Futuro distópico?

VER:
En el argumento de muchas películas, novelas y videojuegos se nos habla de un ‘futuro distópico’. Una distopía es la representación de una sociedad futura de características muy negativas, en la que el panorama que presentan es desolador: una guerra, o una epidemia o catástrofe natural, o la contaminación, ha aniquilado a la mayor parte de la humanidad, que malvive en condiciones precarias y en medio de peligros que amenazan su supervivencia. En bastantes ocasiones, el argumento parte de nuestra sociedad actual para mostrar las consecuencias destructivas que puede tener nuestro estilo de vida si no podemos remedio cuando todavía estamos a tiempo.
JUZGAR:
Hoy la Palabra de Dios parece que también nos está hablando de un ‘futuro distópico’. En la 1ª lectura hemos escuchado: “Serán tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora”. Y en el Evangelio, Jesús ha dicho: “En aquellos días, después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán…”.
Pero la Palabra de Dios nos habla de lo contrario a un futuro distópico. Lo primero que debemos tener presente es que nos encontramos ante un género literario llamado ‘apocalíptico’, que es usado tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Está formado por relatos de visiones o revelaciones, expresadas de forma enigmática y simbólica. Aunque su temática suele ser en torno al fin del mundo (señales precursoras, acontecimientos últimos, resurrección de los muertos, aparición de una tierra renovada, tormentos del infierno, etc.), no hay que buscar en estos relatos una predicción de cómo y cuándo acontecerá el fin del mundo: “En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sólo el Padre”.
En realidad, el género apocalíptico quiere transmitir un mensaje de esperanza: el bien triunfará sobre el mal, como también lo hemos escuchado: “Entonces se salvará tu pueblo…”. (1ª lectura)
Una esperanza que no es algo difuso, sino que tiene un nombre y un rostro: “Entonces verán venir al Hijo del hombre con gran poder y gloria… Cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que Él está cerca”. (Evangelio). Jesús es el Hijo del hombre, la figura de la visión del profeta Daniel (7, 13) que Jesús refiere a sí mismo y que, como hemos escuchado en la 2ª lectura, “después de haber ofrecido por los pecados un único sacrificio, está sentado para siempre jamás a la derecha de Dios”. Y vendrá “sobre las nubes con gran poder y gloria”, con el poder y la gloria del mismo Dios
Y el mensaje de esperanza continúa: Jesús, el Hijo del hombre, vendrá “y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo”. La segunda venida de Jesús no tiene por objetivo una especie de ‘ajuste de cuentas’, sino que va a reunir a sus discípulos para establecer el definitivo Reino de Dios.
Este mensaje de esperanza es también una llamada a la responsabilidad. La certeza de la venida del Hijo del hombre debe movernos a la transformación ya desde ahora de nuestra realidad personal, social, eclesial… El futuro lo comenzamos a construir ya en el presente y, para evitar que se produzca un futuro distópico, debemos impulsar desde ahora todo lo que favorece el Reino de Dios.
ACTUAR:
¿Veo el futuro como una distopía? ¿Temo que llegue ‘el fin del mundo’ en un sentido catastrofista? ¿Descubro signos de esperanza en la realidad presente? ¿Qué hago para favorecerlos?
Como creyentes en Cristo, debemos interpretar los signos de los tiempos no como la predicción de un futuro distópico, sino desde una mirada de fe.
Esta mirada de fe tiene como horizonte último la segunda venida de Jesús, el Hijo del hombre, pero como “el día y la hora nadie lo conoce”, ese horizonte también nos hace una exhortación a la conversión y a la vigilancia en nuestro presente, en nuestra vida cotidiana.
Decía Jesús que “no pasará esta generación sin que todo esto suceda”. No debemos esperar más: en nosotros y, en la medida de lo posible, en nuestros ambientes, debemos ir llevando a cabo esa transformación radical que supone ‘destruir’ todo lo que nos lleva hacia un futuro distópico para que vaya surgiendo cada vez con mayor fuerza ese otro futuro que Jesús quiere: el Reino de Dios.