Programa de vida

VER:
Aunque la conmemoración de los fieles difuntos se celebra mañana, desde hace días se han incrementado las visitas a los cementerios. Mucha gente acude a limpiar y arreglar lápidas y tumbas, lleva flores, en casa se encienden velas, se recuerda a los seres queridos que han fallecido… En muchas personas todo esto provoca sentimientos de tristeza, porque nos recuerdan lo que habitualmente no queremos pensar: la realidad de la muerte. Y también desesperanza, porque al final parece que todo lo que queda es una lápida y un recuerdo que se va perdiendo con el tiempo.
JUZGAR:
Pero la fiesta de hoy, aunque humanamente pueda ser un día triste, desde la fe es también una fiesta de esperanza. No se puede negar la realidad de la muerte y los sentimientos que despierta en nosotros, pero por eso mismo hoy tenemos que dejar resonar en nuestro interior lo que hemos escuchado en la 2ª lectura: “Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es”.
Hace dos domingos, al escuchar en el Evangelio que un hombre se acercó a Jesús y le preguntó que tenía que hacer para heredar la vida eterna, decíamos que Jesús nos dice que estamos llamados a una herencia que supera todo lo imaginable: el Reino de Dios. Una herencia que es cierto que tiene unos ‘costes’, pero Jesús nos propone un estilo de vida que nos hace vivir ya desde ahora como hijos de Dios para ir disfrutando de esa herencia que recibiremos en plenitud: ver a Dios “tal cual es».
Y ese estilo de vida que nos hace caminar con esperanza es el camino de la santidad, un camino que no está reservado para personas excepcionales, sino que está abierto a todos, “a una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar” (1ª lectura).
Como dijo el Papa Francisco en su exhortación “Gaudete et exsultate”, sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, (2): «A cada uno de nosotros el Señor nos eligió ‘para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor’» (Ef 1, 4). Por eso hoy «no pensemos sólo en los ya beatificados o canonizados. El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes» (6). Hoy ponemos nuestra mirada en «la santidad ‘de la puerta de al lado’, de aquéllos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios» (7).
Y la concreción de ese estilo de vida lo vemos reflejado en las Bienaventuranzas: se trata de ser “pobres en el espíritu, mansos”, saber “llorar”, tener “hambre y sed de la justicia”, ser “misericordiosos y limpios de corazón”, trabajar “por la paz”, aceptar ser “perseguidos por ser justos…”. Un programa de vida que es válido para personas “de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas” (1ª lectura)
Pero hay una Bienaventuranza, la novena, que va dirigida expresamente a quienes seguimos a Cristo: “Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”. El programa de vida común a toda persona debe tener en nosotros un carácter especial: se nos tiene que notar que vivimos así por Jesús. Como dijo el Papa, «el desafío es vivir la propia entrega de tal manera que los esfuerzos tengan un sentido evangélico y nos identifiquen más y más con Jesucristo» (28), identificándonos con Él también en su Pasión.
ACTUAR:
La celebración de Todos los Santos ha de ser un impulso para nuestra vida como seguidores de Cristo que nos sentimos llamados a compartir esa meta de gloria. «Los santos que ya han llegado a la presencia de Dios mantienen con nosotros lazos de amor y comunión» (4) y nos ayudan con su intercesión.
Junto con el recuerdo de los seres queridos que ya no están entre nosotros, hoy celebramos con esperanza que «todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra» (14). «Esta santidad a la que el Señor te llama irá creciendo con pequeños gestos» (16) haciendo vida las Bienaventuranzas. Como escribió santa Teresa de Calcuta: «Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida. Cuando tenga sed, dame alguien que precise agua. Cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor. Cuando sufra, dame alguien que necesita consuelo. Cuando mi cruz parezca pesada, déjame compartir la cruz del otro. Cuando me vea pobre, pon a mi lado algún necesitado. Cuando no tenga tiempo, dame alguien que precise de mis minutos. Cuando sufra humillación, dame ocasión para elogiar a alguien. Cuando esté desanimado, dame alguien para darle nuevos ánimos. Cuando quiera que los otros me comprendan, dame alguien que necesite de mi comprensión. Cuando sienta necesidad de que cuiden de mí, dame alguien a quien pueda atender. Cuando piense en mí mismo, vuelve mi atención hacia otra persona».