¿Aceptamos la herencia?

VER:
Una herencia es el conjunto de bienes, derechos y obligaciones que los herederos reciben al morir alguien. En principio, heredar es algo bueno, pero en estos años ha crecido el número de herencias que se rechazan. La principal causa tiene que ver con los gastos y obligaciones que conlleva aceptar una herencia: en algunos casos pueden resultar cuantiosos, por lo que hay que tomar una decisión. Y así, cuando los herederos se ven incapaces de asumir el coste o ven que éste no compensa el valor de lo que van a recibir, acaban renunciando a dicha herencia.
JUZGAR:
Hoy en el Evangelio hemos escuchado que, “cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodillo ante Él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»”. El concepto de ‘herencia’ forma parte de la vida del Pueblo de Israel. Dios había hecho una alianza con Abrahán, prometiéndole descendencia y tierra, y los descendientes de Abrahán son los herederos de esa promesa de Dios. En los últimos tiempos, aunque el Pueblo de Dios haya quedado reducido a un resto, recibirá la tierra en herencia para siempre.
Con el paso del tiempo, el contenido de esta herencia se ampliará al plano espiritual, a una vida tras la muerte, prometida por Dios a los justos. De ahí la inquietud del que se dirige a Jesús: como miembro del Pueblo de Dios, él se sabe heredero de esa promesa; además, su riqueza le da seguridad porque en la sociedad judía de la época, la riqueza era vista como una bendición de Dios y un signo de su favor. Pero también sabe que sólo los justos serán los beneficiarios de la herencia de Dios y, aunque es un buen cumplidor de los mandamientos (“todo eso lo he cumplido desde mi juventud”), prefiere asegurarse preguntando al Maestro.
En un primer momento, Jesús le responde que, si sólo quiere heredar eso que espera, sólo tiene que seguir cumpliendo los mandamientos. Pero a continuación Jesús le hace ver que está llamado a recibir una herencia mucho mayor que la esperada por el Pueblo de Israel: Jesús ofrece el Reino de Dios, una herencia que desborda con creces todo lo que podemos pensar. Pero recibir esta herencia mayor tiene un coste: “vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme”. Y él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico. Para este hombre, no le compensa asumir esos gastos y obligaciones que conlleva heredar lo que Jesús ofrece.
Nosotros, como escribió san Pablo, “somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rom 8, 16-17). Y este Evangelio de hoy nos invita a preguntarnos, en primer lugar, qué esperamos heredar. Podríamos responder, como el personaje del Evangelio: “la vida eterna”. Y, como él, también creemos que para eso sólo hace falta cumplir los mandamientos y no aspiramos a más ni nos planteamos nada más. Esto tiene un coste, pero es asumible, y nos conformamos con cumplir unos mínimos (‘ni robo ni mato’, decimos) para ganarnos el cielo.
Pero Jesús también nos dice que estamos llamados a una herencia mayor. Él también hoy se nos queda mirando y, con amor, nos dice: “Una cosa te falta…”. Jesús nos propone un estilo de vida que nos hace ir disfrutando ya desde ahora, anticipadamente, de esa herencia que recibiremos en plenitud: el Reino de Dios, que supera todo lo imaginable. Pero heredar el Reino de Dios tiene un coste y unas obligaciones: vivir desde la entrega, el servicio, la austeridad… y todo con amor.
Por eso, este Evangelio también nos hace preguntarnos: ¿Estoy dispuesto a aceptar esta herencia? ¿Me compensa lo que voy a recibir con los ‘gastos’ que conlleva este estilo de vida de Jesús?
ACTUAR:
¿Conozco a alguien que haya tenido que renunciar a una herencia? ¿Cómo se sintió? ¿Estoy dispuesto a aceptar la herencia del Reino? ¿Cómo me sentiría si la rechazase, por los ‘costes’?
Según san Marcos (1, 15), la predicación inaugural de Jesús fue: “está cerca el Reino de Dios”. Por Él, somos también hijos de Dios, y estamos llamados a heredar ese Reino (“Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para vosotros…”. Mt 25, 34). Aceptemos con amor y agradecimiento esta herencia y, si los ‘costes’ nos parecen inasumibles, pongámonos en sus manos con confianza porque, como Él también ha dicho: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”.