Hipocresía con Dios

VER:
La hipocresía es el fingimiento de sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan. Y todos, en diversos grados, somos hipócritas en un momento u otro. A veces, somos hipócritas conscientemente, porque queremos alcanzar algún interés propio. Pero otras veces lo somos de un modo más inconsciente: estamos realizando una tarea que no nos gusta, o nos encontramos con una persona que nos cae mal, pero aunque por dentro sintamos lo contrario, disimulamos y actuamos como se espera de nosotros, no tanto por mala voluntad, sino por costumbre, educación, o incluso miedo a las consecuencias de decir la verdad.
JUZGAR.
En el Evangelio, Jesús ha llamado hipócritas a los fariseos y a los escribas. Y la razón la da citando a Isaías: «Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío…».
En la religión judía, la purificación ritual era considerada esencial para participar en el culto e, incluso, en la vida cotidiana; por eso había que limpiar cuerpo, vestidos y utensilios, pero esto había derivado en un mero cumplimiento ritual de esas prácticas. Jesús denuncia que esas prácticas externas no conllevan una verdadera conversión del corazón, que fariseos y escribas sólo se fijan en la impureza aparente de las personas y no en la verdadera impureza, que es la hipocresía con Dios.
Jesús nos invita hoy a reflexionar sobre la ‘pureza’, la autenticidad de nuestra fe y la coherencia entre ésta y nuestras acciones. Como decíamos la semana pasada, muchos llevamos años de vida cristiana: oramos, participamos en la Eucaristía, recibimos el Sacramento del Perdón, quizá participamos en un Equipo de Vida, quizá desempeñamos algún compromiso evangelizador… pero no por eso estamos eximidos de caer en la hipocresía más o menos inconsciente con Dios.
Jesús nos invita a examinar nuestros corazones y motivaciones para seguirle; que seamos sinceros y pensemos qué ‘impurezas’ descubrimos, en qué medida ‘cumplimos’ externamente, actuamos como se espera de nosotros pero por costumbre, por educación, o incluso por miedo al ‘castigo de Dios’, mientras que en realidad nuestro corazón está lejos de Él.
Si descubrimos algún grado de ‘impureza’, de hipocresía con Dios, es el momento de buscar solución, porque mantener las apariencias sin conversión del corazón conlleva unas consecuencias muy negativas: «de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad«. Todos estos ejemplos encuentran concreción en hechos cotidianos de nuestra vida personal o social.
Para superar la hipocresía con Dios, la 1ª lectura nos recordaba las palabras de Moisés al pueblo: «escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndolos, viváis…». Moisés les señala la conveniencia de cumplir de corazón la ley de Dios, y no sólo externamente, porque no es un conjunto de reglas, ni una carga, sino una fuente de vida. Y esto vale también para nosotros.
Hoy Jesús nos invita a cultivar una relación auténtica con Dios que transforme nuestro interior y se refleje en nuestras acciones, en lugar de mantener una cierta hipocresía con Dios, conformándonos con cumplir reglas externas pero sin desear un compromiso del corazón.
ACTUAR:
¿Recuerdo ocasiones en las que me he comportado de forma hipócrita? ¿Descubro en mí algún grado de hipocresía con Dios? ¿Creo que es suficiente con cumplir las prácticas externas y preceptos de la fe, o las cumplo pero como una ayuda para la conversión del corazón?
En nuestro mundo, a menudo la hipocresía, las apariencias, el ‘postureo’ y la imagen externa se valoran mucho más que la integridad interior. Pero por eso mismo encontramos todas esas maldades que salen de dentro del corazón, como ha denunciado Jesús. El apóstol Santiago, en la 2ª lectura, decía: «Poned en práctica la palabra y no os contentéis con oírla». Como seguidores de Cristo, estamos llamados evitar toda hipocresía con Dios, a examinar constantemente nuestras motivaciones y a buscar una coherencia entre nuestra fe y nuestra vida diaria. Que esta Palabra de Dios nos mueva a ‘ponerla en práctica’, a vivir una fe auténtica, que brote del corazón y se manifieste en amor auténtico hacia Dios y hacia nuestro prójimo.