Un traslado

VER:
Quienes, por cualquier circunstancia, hemos tenido que hacer alguna vez un traslado, sabemos por experiencia lo que eso supone: los preparativos que hay que hacer, el agobio y esfuerzo que conlleva, cierta incertidumbre por el cambio del entorno conocido y lo que nos pueda deparar… Pero, cuando el traslado ya se ha realizado, sentimos también la satisfacción de ver que por fin todo está en su sitio y que podemos iniciar la nueva etapa.
JUZGAR:
En la 1ª lectura de la Misa de la Vigilia hemos escuchado un momento crucial en la historia del pueblo de Israel: el traslado del Arca de la Alianza a Jerusalén. El Arca representa la presencia de Dios en medio de su pueblo, ya que contenía lo más valioso para el pueblo de Israel: las dos tablas que tenían grabados los Diez Mandamientos entregados por Dios a Moisés en el monte Sinaí, y que eran como el documento que regulaba la Alianza entre Dios y su pueblo. Por eso, el Arca de Dios es llevada con solemnidad, con todo respeto y cuidado, pero también con alegría, con música y cánticos acompañando la procesión, hasta que se deja en su sitio: “la colocaron en el centro de la tienda que David le había preparado, y ofrecieron holocaustos y sacrificios”.
La reflexión de la Iglesia llevó a ver en el Arca de la Alianza un preanuncio de la Virgen María como ‘Arca de la Nueva Alianza’, y esto lo vemos reflejado en el Evangelio del día. María “se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá”, conteniendo en sí lo más valioso: el Hijo de Dios hecho hombre, que va a establecer con la humanidad la Alianza nueva y eterna.
Hoy es fiesta grande en muchos sitios, porque en toda la Iglesia estamos celebrando ‘un traslado’: la Asunción de la Virgen María. Como dice la definición dogmática promulgada por el Papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950, «la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste». (Munificentissimus Deus) Hoy celebramos que María, tras su paso por este mundo, ha sido trasladada a la gloria celeste.
María también se había estado preparando para este ‘traslado’. Ella fue la que, como dice el Evangelio de la Vigilia, ‘escuchó la palabra de Dios y la cumplió’. Ella fue la Misionera que compartió el motivo de su alegría; Ella fue la Servidora que acudió a quien la necesitaba; Ella fue la que, en los momentos de incomprensión, meditaba todas estas cosas en su corazón; Ella fue la que acompañó a su Hijo en su misión; Ella fue la que permaneció fiel al pie de la Cruz; Ella fue la que acompañó a los discípulos en los comienzos de la Iglesia. María no tuvo una vida fácil, pero hoy celebramos que, gracias a este traslado, por fin, ‘ya está en su sitio’, en la gloria celeste.
Pero hoy también celebramos que, como diremos en el Prefacio, «Ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra». La Asunción de la Virgen María nos recuerda que nosotros también estamos invitados a un traslado a la gloria celeste, cuando finalice nuestra vida terrena. Y, siguiendo el ejemplo de María, hemos de prepararnos.
En la encíclica Deus caritas est (Dios es amor), el Papa Benedicto XVI dice que María, al proclamar la grandeza del Señor, como hemos escuchado en el Evangelio del día, «expresa todo el programa de su vida: no ponerse a sí misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quien encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo. María es grande precisamente porque quiere enaltecer a Dios en lugar de a sí misma» (41).
ACTUAR:
María fue y es ‘uno de los nuestros’ en la que podemos y debemos mirarnos en nuestro caminar como cristianos mientras preparamos nuestro traslado final, porque Ella fue la que mejor supo seguir a su Hijo y preparar su traslado, como hoy estamos celebrando.
Pidamos a María, Asunta al Cielo, que hagamos nuestras sus actitudes: sintámonos bienaventurados por creer en lo que el Señor nos dice, meditemos y guardemos en nuestro corazón su Palabra; hagamos lo que esté en nuestra mano para dar ese cambio de vida que hemos escuchado en el Magnificat; pidámosle fuerza para permanecer al pie de las cruces que la vida nos presenta; seamos miembros corresponsables de la Iglesia en su misión evangelizadora. Así, cuando llegue el momento de nuestro ‘traslado’, tengamos la alegría eterna de haber llegado a ‘nuestro sitio’, junto con María y la Santísima Trinidad, en la gloria celeste.
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