Centrémonos

VER:
En más de una ocasión hemos experimentado que estamos descentrados: hacemos las cosas pero por dentro notamos que estamos desorientados, dispersos, alterados… y esto termina repercutiendo también en nuestros actos y relaciones, y los demás acaban notando que algo nos ocurre, que estamos descentrados. A veces hay una causa objetiva: nos ha ocurrido algo que provoca ese estado, y podemos afrontarlo directamente; pero otras veces no sabemos a qué se debe y, por tanto, tampoco sabemos cómo volver a centrarnos de nuevo. Y esto mismo nos ocurre en la vida de fe: nos sentimos descentrados, nos cuesta la oración, la Palabra ya no provoca en nosotros lo mismo que antes, perdemos el interés, los compromisos se vuelven una carga…
JUZGAR:
Después del tiempo de Pascua y las Solemnidades siguientes (Santísima Trinidad, Corpus…), en la liturgia hoy retomamos los domingos del Tiempo Ordinario, en los cuales no meditamos ningún misterio concreto del Señor, sino que vamos acompañándole en su predicación del Evangelio desde la cotidianidad de nuestra vida, para que su Palabra ilumine nuestros pasos.
Y en el Evangelio de hoy hemos escuchado que la familia de Jesús “vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí”. Las palabras y gestos de Jesús les llaman la atención y piensan que algo le ocurre, está “fuera de sí”, descentrado, no se parece en nada al Jesús que habían conocido durante los años de vida oculta en Nazaret. Por otra parte, “los escribas que habían bajado de Jerusalén” van más allá y afirman: “Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios”.
Pero Jesús les hace ver que no es Él quien está descentrado, sino ellos. Jesús tiene muy claro quién es y lo que hace, y por eso les invita a reflexionar con unas parábolas: “¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir”.
Algo similar nos ocurre a nosotros: si nos sentimos ‘descentrados’ espiritualmente, quizá se deba a que escuchamos la Palabra, participamos en la Eucaristía… pero no entendemos y nos cuesta aceptar el Evangelio, no acogemos en la práctica el Misterio de Jesús, con todo lo que significa, no sabemos cómo unir la fe, la celebración y la vida y por eso estamos divididos, descentrados.
Para ayudarnos a centrarnos, la Palabra de Dios nos ha dado varias pistas: en el relato (que no hay que interpretar al pie de la letra) de la 1ª lectura, encontramos dos preguntas:
“¿Dónde estás?” Es una invitación a pararnos para ser conscientes de nuestra situación actual.
“¿Qué has hecho?” Desde nuestra situación, volvamos la vista atrás para analizar con calma los actos, pensamientos, decisiones… que han prevalecido en nosotros y que nos han traído hasta aquí.
En la 2ª lectura hemos escuchado: “No nos acobardamos, sino que, aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando día a día”. Es una llamada a afrontar el descentramiento, aunque nos parezca que nos desmoronamos, porque puede convertirse en una oportunidad de renovarnos interiormente.
Y en el Evangelio, Jesús ha dicho: “todo se les podrá perdonar a los hombres, los pecados y cualquier blasfemia que digan…”. El Señor comprende nuestro descentramiento, que nos cueste acogerle y seguirle, que incluso nos pongamos en su contra, como su familia y los escribas. Siempre nos ofrece su perdón, pero también respeta nuestra libertad y que lleguemos a rechazarle plena y conscientemente: “el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre”.
ACTUAR:
Para que no lleguemos a ese extremo, Jesús nos ha indicado el camino para centrarnos, pero no en nosotros mismos, sino en Él: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”. Aunque nos sintamos descentrados, aunque no entendamos, aunque nos cueste, aunque nos sintamos dispersos e incluso divididos interiormente… no nos acobardemos, como decía san Pablo. Sin negar nuestra realidad actual y las dificultades, procuremos hacer la voluntad de Dios en nuestro día a día, en lo pequeño y rutinario.
Eso es lo que nos va a centrar porque nos une íntimamente a Jesús, poniéndole a Él en el centro de nuestra vida y Él, con la fuerza del Espíritu Santo, irá renovando nuestro interior día a día.
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