No pasemos desapercibidos

VER:
En una comunidad parroquial, un Equipo de Vida de Acción Católica General llevaba varios años reuniéndose, una tarde a la semana, para recibir formación. El resto de la comunidad parroquial sabía que había ‘un grupo’, pero no sabían quiénes eran sus miembros, y pasaban bastante desapercibidos, hasta que un día, con motivo de una iniciativa diocesana, el acompañante del Equipo les indicó que, tras ese tiempo de formación, ya debían acompañar grupos nuevos. Y así empezaron a ser conocidos por el resto de miembros de la comunidad parroquial.
JUZGAR:
Ayer estuvimos celebrando la fiesta de la Epifanía: Dios manifiesta a su Hijo a toda la humanidad, sin excepción, de cualquier raza y cultura, representados en esos Magos de Oriente. Pero, como dijimos, esa manifestación pasó bastante desapercibida.
Hoy estamos celebrando la Fiesta del Bautismo del Señor, con la que finaliza el tiempo litúrgico de Navidad. En el Evangelio hemos contemplado a Jesús, ya adulto, que “llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán”.
Tras los acontecimientos que siguieron a su nacimiento, Jesús ha estado viviendo en Nazaret una vida semejante a la de tantos otros, que pasaba desapercibida y de la que nada sabemos, excepto el episodio en el Templo de Jerusalén cuando tenía 12 años. Son unos treinta años de vida ‘oculta’, en los que trabajó, se relacionó con la gente, participaba en las celebraciones religiosas…
Pero para Jesús ha llegado el momento de dejar de pasar desapercibido, iniciar su vida pública y comenzar a ser conocido por la gente. Y para ello, el bautismo que recibe, como uno más de los que acudían a Juan el Bautista, supone para Jesús una toma de conciencia de sí mismo.
“Vio rasgarse los cielos…”. Esta expresión, en la Biblia, indica la presencia de Dios (“¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!”, nos decía el profeta Isaías el primer domingo de Adviento). La manifestación de Dios que se va a producir va dirigida a Él, personalmente, para confirmarle en su identidad y misión.
“Se oyó una voz desde los cielos: ‘Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco’”. El Padre le reafirma su identidad: Jesús es verdadero hombre y, a la vez, es verdadero Hijo de Dios. Y esta conciencia de su identidad, de ser el Hijo amado del Padre, marcará toda su predicación: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo” (Jn 15, 9).
“…y al Espíritu que bajaba hacia él”. La presencia del Espíritu confirma a Jesús en su misión, como decía la 2ª lectura: “el Espíritu es quien da testimonio… Éste es el testimonio de Dios, que ha dado testimonio acerca de su Hijo”. Esta conciencia de su misión también marcará la predicación de Jesús, aplicándose a sí mismo la profecía de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres… a proclamar el año de gracia del Señor. Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír»”. (Lc 4, 18-21)
A partir de esta toma de conciencia de sí mismo, de su identidad y misión, Jesús dejará de pasar desapercibido y predicará la Buena Noticia, incluso ante multitudes, por Galilea, Judea y Jerusalén.
ACTUAR:
Desde el cuarto domingo de Adviento y durante toda la Navidad hemos estado reflexionando acerca de que las cosas de Dios, a menudo, nos pasan desapercibidas. Y que también nosotros, a menudo, somos ‘cristianos desapercibidos’, que vivimos nuestra fe de un modo oculto, por vergüenza, porque no sabemos dar razón de nuestra esperanza, por miedo al qué dirán…
La fiesta del Bautismo del Señor es una llamada a que dejemos de pasar desapercibidos y tomemos conciencia de nuestra identidad y misión como cristianos.
Como Jesús, también necesitaremos un tiempo de ‘vida oculta’ para estar con Él, para formarnos, para conocerle… Pero no olvidemos que, también como Jesús, nosotros hemos recibido en el Bautismo y la Confirmación el mismo Espíritu de Dios, y el Padre nos ha acogido como hijos suyos, amados, para que no pasemos desapercibidos y, en nuestros ambientes, desarrollemos una ‘vida pública’ anunciando, de palabra y de obra, con humildad y valentía, el amor de Dios que se ha manifestado en su Hijo amado y que se derrama sobre nosotros con el Espíritu Santo.