Familias sagradas y desapercibidas

VER:
En una parroquia se formaron unos grupos de reflexión para adultos, con el fin de compartir, de un modo sencillo, la propia experiencia de fe. Y a todos llamó la atención escuchar algunas de esas experiencias, contadas por personas que, hasta ese momento, habían pasado desapercibidas en el conjunto de la comunidad parroquial. Eran feligreses ‘normales’ pero con una profunda experiencia de fe, vivida tanto individualmente como, en ocasiones, en la propia familia, y en las circunstancias de la vida cotidiana, buenas y malas; a veces, muy difíciles.
JUZGAR:
Desde el domingo pasado estamos viendo que la auténtica Navidad es tan sencilla y ‘normal’, que por eso mismo nos puede pasar desapercibida, como ocurrió con el nacimiento de Jesús. Hoy estamos celebrando la fiesta de la Sagrada Familia. Y, contemplando a Jesús, María y José, esta fiesta es una invitación, en primer lugar, para que pensemos qué hace ‘sagrada’ una familia; y, en segundo lugar, es una invitación a descubrir cuántas ‘familias sagradas’ hay cerca de nosotros y que nos pasan totalmente desapercibidas.
Las tres lecturas de la Palabra de Dios nos han indicado qué hace ‘sagrada’ una familia: la fe. Decimos que algo es ‘sagrado’ por estar relacionado con la divinidad; por tanto, lo que hace ‘sagrada’ una familia no es el amor y la buena relación entre sus miembros, esto se da en muchos tipos de familias, creyentes o no. Lo que la hace ‘sagrada’ a una familia es la fe en Dios, es su relación con Dios vivida en las circunstancias de lo cotidiano, en lo que suele pasar desapercibido.
En la 1ª lectura, Abrán se lamenta porque él y Sara son estériles y ya viejos y no van a tener descendencia, una situación bastante común y que incluso estaba prevista legalmente: “un criado de mi casa me heredará”; pero Abrahán creyó al Señor y, “por la fe”, él y Sara tuvieron un hijo.
En la 2ª lectura se nos habla de “Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac”. Algo también muy normal, porque todas las familias se ven sometidas a pruebas, algunas muy duras y dolorosas y que pasan desapercibidas para los demás. Pero incluso en los momentos más duros Abrahán, “por la fe”, pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos.
Y en el Evangelio, “los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la Ley del Señor”. Son una pareja de tantas, completamente normal y que, a pesar de su pobreza, por su fe van a cumplir la ley del Señor ofreciendo “un par de tórtolas o dos pichones”.
Seguro que cerca de nosotros hay familias ‘sagradas’ como éstas, que viven sus circunstancias cotidianas, buenas y malas, por la fe en Dios, pero sin alardear de ello, pasando totalmente desapercibidas. Por eso, para que podamos descubrirlas, en el Evangelio hemos visto a dos personas ancianas, también muy normales y desapercibidas, que supieron ver en Jesús, María y José, a la Sagrada Familia: “un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso…; y una profetisa, Ana, que no se apartaba del templo”. Pero lo que les hace descubrir a la Sagrada Familia no es sólo ser ‘piadosos’ o ‘no apartarse del templo’; es la fe, porque “el Espíritu Santo estaba con Simeón, y Ana servía a Dios con ayunos y oraciones”. La propia fe, cuidada y vivida en lo cotidiano desde el Espíritu Santo, es lo que nos permitirá descubrir a nuestro alrededor a esas ‘familias sagradas’ que, de lo contrario, nos pasarían totalmente desapercibidas y no podríamos conocer sus experiencias de fe.
ACTUAR:
¿He descubierto a personas cercanas que tienen una profunda experiencia de fe, y que hasta ese momento me habían pasado desapercibidas? ¿Vivo todas las circunstancias de mi vida ‘por la fe’? ¿Cómo puedo hacer que mi familia sea más ‘sagrada’? ¿Invoco al Espíritu Santo, cuido la oración?
Jesús, María y José fueron la Sagrada Familia en lo más sencillo y normal: “Cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret”, viviendo desapercibidos, como una de tantas familias. Pero en esa ‘vida oculta’, “el niño iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él”. Que el Espíritu Santo nos conceda aprender a vivir por la fe todas las circunstancias de la vida, y a reconocer a otras ‘familias sagradas’ y desapercibidas, para que, compartiendo nuestra experiencia de fe, todos formemos la gran Familia Sagrada que es la Iglesia.