Tres regalos

VER:
Estos días encontramos informaciones sobre los regalos más buscados en Navidad, aunque muchas veces no se sabe a qué se debe que tanta gente desee esos regalos en concreto. Son artículos, sobre todo, de electrónica, informática, juguetes y videojuegos, electrodomésticos… Si tenemos pensado regalar uno de estos productos a alguien de nuestro entorno, quizá nos pueda resultar muy difícil adquirirlos, a veces imposible, porque ya se han agotado. Si es así, seguramente sustituiremos el regalo por otro, pero sabemos que no es lo que la otra persona desea o necesita.
JUZGAR:
Mediado el tiempo de Adviento, la Palabra de Dios nos propone tres ‘regalos’ para vivir la Navidad: consuelo, paciencia y esperanza.
Quizá no sean de los más buscados conscientemente por las personas, pero sí son los que más necesitamos y no pueden ser sustituidos por otros. Tampoco podemos adquirirlos, porque son un ‘regalo’ en el sentido propio de la palabra, son algo que nos es dado. Y, aunque a veces nos pueda parecer que se han agotado, podremos recibirlos si sabemos a Quién pedírselos.
La 1ª lectura nos ofrece el primero de estos regalos: “Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios”. Consolar es aliviar la pena y la aflicción de alguien. Es muy larga la lista de penas y aflicciones que nos azotan, tanto en lo personal como en lo familiar, social, político, laboral, económico, eclesial… Es tan larga la lista, y tan dramáticas las situaciones que encontramos y las que surgen cada día, que llegamos a pensar que no hay consuelo posible, que se ha agotado nuestra capacidad de consolar.
Pero Dios sí puede ‘regalarnos’ el verdadero consuelo, porque va unido a los otros dos regalos.
La 2ª lectura nos ofrece el segundo regalo: la paciencia. Es saber esperar cuando algo se desea mucho. Y, si deseamos mucho el consuelo que sólo Dios puede regalarnos, debemos aprender a esperar, porque como decía san Pedro: “No olvidéis una cosa, que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día”. No podemos olvidar que Dios mide el tiempo de un modo diferente a como lo medimos nosotros. Y, para que esto no nos provoque frustración y desesperación, continuaba: “El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión”. Uno de los principales atributos de Dios es ser paciente con nosotros (el otro es ser misericordioso). Cuando notamos que se nos ha agotado la paciencia, es a Él a quien debemos pedírsela porque sólo Él nos la puede regalar.
Pero la paciencia necesita del tercer regalo: la esperanza, porque, como escribió Benedicto XVI en ‘Spe salvi’” 1: «el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino». Por eso ya apuntaba el final de la 2ª lectura: “Nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia”. Y así el Evangelio nos ha mostrado que nuestra esperanza tiene nombre propio: “Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. Evangelio significa ‘buena noticia’, y la Buena Noticia que celebramos en Navidad es que el Hijo de Dios se ha hecho hombre por nosotros. Jesucristo es el gran Regalo de Dios a la humanidad, Él es la esperanza que nos salva porque, como decía Juan el Bautista, “Él os bautizará con Espíritu Santo”, y el Espíritu Santo es la fuente de la esperanza verdadera, de la paciencia perseverante y del consuelo que llega al corazón.
ACTUAR:
¿En alguna ocasión no he podido regalar algo porque se ha agotado? ¿Qué deseo verdaderamente para Navidad? ¿Necesito ser consolado? ¿Con qué o con quién necesito tener paciencia? ¿Qué o quién me da esperanza? ¿Cómo estoy preparando el camino del Señor?
Cuando por cualquier motivo sentimos que no hay consuelo posible, que la paciencia se nos ha terminado, y no encontramos razones para la esperanza, no pensemos que estos ‘productos’ se han agotado y ya no los vamos a encontrar. Preparemos el camino del Señor para vivir la Navidad invocando al Espíritu Santo, porque es el mismo Espíritu que hizo posible que el Hijo de Dios se encarnase en la Virgen María para ser el Evangelio, la Buena Noticia, el Gran Regalo que contiene de forma inagotable el consuelo, la paciencia y la esperanza que tanto necesitamos.