La motivación para perdonar

VER:
Una persona de edad avanzada comentaba con otra que, hacía muchos años, se rompió la relación con unos familiares cercanos por una serie de circunstancias, y que desde entonces no había tenido ningún contacto directo con ellos. Ahora se preguntaba por lo que motivó dicha ruptura y veía que no había merecido la pena, ya que echaba en falta a esas personas, y se lamentaba por haber mantenido ese distanciamiento durante todo este tiempo, y no sabía cómo podrían reconciliarse.
JUZGAR:
Hoy la Palabra de Dios, en la 1ª lectura y en el Evangelio, nos invita a reflexionar sobre algo tan necesario humanamente como es el perdón y la reconciliación. No vamos a entrar en casos extremos, en los que algunas personas han sufrido mucho por causa de otros, porque en estas situaciones el proceso de perdón es muy complejo. Vamos a situarnos en un plano más cotidiano.
Todos tenemos experiencia de enfados, riñas y rupturas y, sobre todo cuando estamos seguros de tener razón, o de hecho la tenemos, nos sentimos con todo el derecho a reclamar a la otra parte que reconozca su error y se disculpe. Cuando esta disculpa no llega, surge el distanciamiento y la ruptura de relaciones, que pueden prolongarse durante mucho tiempo. Al principio puede que esto no nos duela, incluso que nos sintamos aliviados y satisfechos, pero quizá un día también nos preguntemos si había merecido realmente la pena llegar a ese punto.
A la mayoría nos cuesta perdonar, aunque sabemos que deberíamos hacerlo. Unas veces porque no sabemos cómo iniciar el proceso de reconciliación; otras veces porque sentimos que, al perdonar, estamos renunciando a nuestros derechos, o que nos estamos rebajando delante del otro. Pero de este modo nos quedamos en el plano humano, estamos haciendo depender el perdón de nuestra voluntad o nuestra capacidad, y por eso en muchos casos nos resulta imposible perdonar.
Por eso hoy el Señor, con la parábola del siervo despiadado, nos recuerda que la motivación para perdonar no la debemos poner en nosotros sino en Él y en el perdón que nosotros hemos recibido y recibimos de Él. Porque todos, aunque lo olvidemos o no lo queramos reconocer, somos grandes deudores del perdón y de la misericordia de Dios; a todos el Señor nos ha perdonado mucho, como a ese siervo de la parábola, cosas que sólo Él y cada uno de nosotros sabemos.
Por eso, cuando nos veamos en la necesidad de perdonar a alguien, pero nos cueste hacerlo, debemos recordar las palabras que el rey de la parábola dirige al siervo: toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?
No es que Dios nos esté constantemente reprochando y echando por cara aquello que hicimos. Como hemos escuchado en el Salmo: No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo. Se trata de recordar que no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas. Por eso, siempre debemos tener presente y agradecer el amor y la paciencia de Dios porque, cada vez que nos hemos acercado al Sacramento de la Reconciliación, nos ha perdonado y, así, ha hecho posible que podamos continuar adelante con nuestra vida. Y entonces, desde esa conciencia del perdón recibido, nos sentiremos motivados a “tener compasión” de quien ahora espera nuestro perdón.
ACTUAR:
¿Cómo evalúo mi capacidad de perdón? ¿Hay alguien a quien no puedo perdonar? ¿Cuál es mi motivación principal para perdonar a otros? ¿Qué experiencia tengo del perdón recibido de Dios?
El perdón es un proceso que, a veces, nos cuesta llevar adelante por muchas razones. Por eso, es conveniente tener presente lo que el Papa Francisco dice en “Fratelli tutti”:
“No se trata de proponer un perdón renunciando a los propios derechos ante un poderoso corrupto, ante un criminal o ante alguien que degrada nuestra dignidad. Estamos llamados a amar a todos, sin excepción, pero amar a un opresor no es consentir que siga siendo así. Perdonar no quiere decir permitir que sigan pisoteando la propia dignidad y la de los demás, o dejar que un criminal continúe haciendo daño. Quien sufre la injusticia tiene que defender con fuerza sus derechos. Si un delincuente me ha hecho daño a mí o a un ser querido, nadie me prohíbe que exija justicia”. (241) “La clave está en no hacerlo para alimentar una ira que enferma el alma personal, o por una necesidad enfermiza de destruir al otro”. (242)
Por eso, en todo proceso de perdón necesitamos partir no de nosotros, sino del amor y misericordia de Dios para con nosotros, para poder llegar a perdonar de corazón a otros.
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