Cambio climático espiritual

VER:
No podemos negar la realidad del cambio climático, debido a múltiples factores, y uno de sus efectos es la escasez de lluvia. Hemos vivido el invierno y la primavera más secos desde que se tienen registros, con una disminución de hasta el 45% de las precipitaciones, lo que tiene consecuencias nefastas para la agricultura, ganadería y también para sectores como el turismo. A la vez, se producen lluvias torrenciales en un corto espacio de tiempo, que tampoco contribuyen a aliviar la sequía porque no empapan la tierra sino que la erosionan. Así, continuamente disminuye el porcentaje de agua embalsada y el nivel de los pozos subterráneos; y la perspectiva para el futuro mueve a la desesperanza, porque no se ve una solución al problema.
JUZGAR:
Hemos escuchado en la 1ª lectura: Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar… así será mi palabra… no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo. La primera parte nos hace inevitablemente pensar con añoranza: “¡Qué tiempos aquéllos, cuando bajaban la lluvia y la nieve y empapaban la tierra!”
Pero la segunda parte nos hace inevitablemente pensar que también estamos viviendo un “cambio climático espiritual”. No sabemos muy bien cómo, pero en pocos años ha crecido enormemente la indiferencia hacia todo lo referente a Dios, se vive como si Dios no existiera y, por tanto, su Palabra resulta irrelevante para la mayoría de la gente.
Nosotros escuchamos la Palabra de Dios, la leemos, la meditamos, procuramos hacerla vida… pero no vemos que la Palabra de Dios surta efecto, ni en lo personal, ni, menos aún, en lo social. Desearíamos que lo que dice la Palabra se cumpliera, como desearíamos que llegase una lluvia beneficiosa, pero la realidad nos muestra cómo la Palabra de Dios parece caer en el vacío y no produce ningún cambio o transformación. Y la perspectiva para el futuro no mueve precisamente a la esperanza, todo lo contrario.
Pero, del mismo modo que en el cambio climático debemos buscar sus causas para poder atajarlo, también en el “cambio climático espiritual” necesitamos descubrir qué puede estar produciéndolo. Y el Señor, en el Evangelio, nos ha dado varias pistas con la parábola del sembrador.
La primera es que el “cambio climático espiritual” no se debe a la falta de la semilla, que es la Palabra, ni a las características de la misma, sino a la tierra que la recibe, que somos nosotros.
Si uno escucha la Palabra del Reino sin entenderla… No se trata de ser doctores en Sagrada Escritura, pero reconozcamos que muchas veces nos da igual no entender algún pasaje de la Escritura y no nos esforzamos en profundizar en lo que esa Palabra quiere decirnos.
El que escucha la Palabra pero no tiene raíces, es inconstante… Quizá hemos asistido a alguna charla o retiro que nos impactan y nos hacemos el propósito de leer cada día la Palabra, pero, como las lluvias torrenciales, este propósito dura poco tiempo, no “cala” en nosotros, y al final lo dejamos.
El que escucha la Palabra pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra y se queda estéril. Tomarse en serio la Palabra conlleva esfuerzo y renuncias para adaptar nuestra vida a ella, pero a menudo no estamos dispuestos a dejarnos transformar y “ahogamos” la Palabra.
Sin embargo, el que escucha la Palabra y la entiende… el que no se limita a oír o leer sino que se esfuerza por entender la Palabra, el que persevera aunque no se “vean” sus efectos, el que le da un lugar central y se deja transformar en el día a día, haciéndola vida, ése está venciendo al “cambio climático espiritual”, porque da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno.
ACTUAR:
Del mismo modo que depende de nosotros frenar el avance y las consecuencias del cambio climático meteorológico, también depende de nosotros frenar el avance y las consecuencias del “cambio climático espiritual”. Como decía san Pablo, hasta hoy toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto… está aguardando la manifestación de los hijos de Dios. Toda la creación necesita la Palabra de vida, y Dios nos la sigue ofreciendo cada día. Acojámosla como tierra buena para dar fruto, ciento o sesenta o treinta por uno y que cumpla el deseo y encargo de Dios, que es nuestra salvación.
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