¿Nuestro corazón arde o apenas se nos tuesta?

VER:
Podemos ver en esta viñeta de Mafalda, que contempla a su padre, recién levantado, ojeroso, desgreñado, sin afeitar… y pregunta: “Mamá, cuando conociste a papá, ¿sentiste que te devoraban las llamas de la pasión, o apenas que algo se te tostaba?”.
JUZGAR:
El chiste viene a colación por lo que hemos escuchado en el Evangelio. Los dos discípulos de Emaús van caminando con Jesús, pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Además, aunque son miembros del grupo de discípulos y saben lo que han dicho las mujeres, Pedro y Juan al volver del sepulcro vacío, no se enteran de lo que ha ocurrido, como les dice Jesús: ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?
Pero, finalmente, cuando Jesús, sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando, a ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.
Y, entonces, se dijeron el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? Ésta es la pregunta que la Palabra de Dios nos invita a hacernos hoy.
Estamos en el tercer domingo de Pascua, el tiempo litúrgico más importante y que da sentido a todo lo demás, porque celebramos el fundamento de nuestra fe. Hemos escuchado el encuentro de María Magdalena y la otra María con el Señor, el que tuvieron con Él los discípulos reunidos, la experiencia de Tomás… Parafraseando el chiste de Mafalda, al celebrar la Resurrección del Señor, ¿sentimos que “nos devoran las llamas de la pasión”, que arde nuestro corazón, como el de los discípulos de Emaús, o “apenas que algo se nos tuesta”, y seguimos prácticamente igual?
Los dos discípulos, al reconocer a Jesús, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén y contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Y en la 1ª lectura hemos escuchado que a Pedro, aunque había negado tres veces a Jesús y le costó creer al ver el sepulcro vacío, ahora sí que “le devoran las llamas de la pasión”, el fuego del Espíritu Santo, porque el día de Pentecostés, poniéndose en pie junto a los Once, levantó la voz y con toda solemnidad declaró: A Jesús el Nazareno lo matasteis, clavándolo a una cruz… A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
¿Nuestra experiencia de fe estos días es similar? ¿Notamos y se nos nota de algún modo que estamos celebrando el acontecimiento central de nuestra fe?
El jesuita y escritor Carlos G. Vallés, en su libro “Como leones rugientes”, indica que san Juan Crisóstomo decía en sus sermones “que los fieles deberían salir de la Eucaristía «como leones rugientes», llenos de fuerza y de vigor y de energía por todo lo que acaban de vivir y sentir”. Y también señala que “el gran enemigo de ese rugido es la rutina debilitante de algo que se repite cada domingo y cada día”.
Igual que en un matrimonio la rutina provoca que los cónyuges “ya no sientan las llamas de la pasión, sino apenas que algo se les tuesta”, también en nuestra vida de fe puede ocurrir esto: “Nos hemos acostumbrado a la divinidad. Damos por supuesto el misterio. Nos parece natural lo sobrenatural”. Y, aunque cada domingo oímos las Escrituras, y contemplamos la consagración y recibimos la Eucaristía, nuestro corazón ya no arde. Como mucho, sentiremos que “algo se nos tuesta”, pero sin experimentar ese “fuego”, ese impulso de los discípulos de Emaús y de Pedro el día de Pentecostés para ser testigos, con sus palabras y con sus obras, de que Jesús ha resucitado.
ACTUAR:
¿Tengo experiencia de que algo que antes me apasionaba ahora ya no lo hace? ¿A qué creo que se debe? ¿La Palabra de Dios me sigue cuestionando, por muchas veces que haya oído un mismo pasaje? ¿Con qué ánimo acudo a la celebración de la Eucaristía, y con qué ánimo salgo? ¿Me he acostumbrado al Misterio que celebramos cada domingo, se ha vuelto para mí algo rutinario? Como con los discípulos de Emaús, el Señor se acerca y se pone a caminar a nuestro lado. Quizá las garras de la rutina y la costumbre hacen que no seamos capaces de reconocerlo, pero por eso, una vez más, nos explica las Escrituras y parte para nosotros el Pan, para que podamos re-conocerlo, volverlo a conocer, y que nuestro corazón arda, que sintamos que nos devoran las llamas de la pasión, y salgamos “como leones rugientes” a dar testimonio de que verdaderamente el Señor ha resucitado.