Signos

VER:
Los signos forman parte de nuestra vida, en todos los niveles: personal, familiar, laboral, social… Ya sean materiales (indicadores, distintivos, rasgos, colores…) o inmateriales (gestos, palabras, posturas…), son señales, indicios… que nos orientan, o nos muestran algo que va a ocurrir o corroboran algo que ya está sucediendo. Los signos nos resultan necesarios a la hora de afrontar nuestras tareas y decisiones con confianza, tanto las más cotidianas como las más importantes.
JUZGAR:
También en nuestra vida de fe tenemos signos, que nos ayudan a seguir a Cristo Resucitado. Pero, como discípulos y apóstoles, en nuestro camino de santidad, no somos sólo receptores de esos signos, sino que nosotros mismos debemos mostrar y ofrecer signos de fe para los demás.
Así lo hemos escuchado en el Evangelio que hemos proclamado: A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos. No se trata de interpretar literalmente estas palabras de Jesús. Lo que Él está indicando es una fe interiorizada, fuertemente arraigada en Dios; y signo de esa fe es su fortaleza, su valentía, su creatividad para afrontar hasta las situaciones más difíciles.
En nuestro mundo, tan difícil, y en este tiempo de nueva evangelización, estamos llamados a ofrecer signos de fe que la hagan creíble: Ya lo escribió el Papa san Pablo VI en Evangelii nuntiandi: «Sabemos bien que el hombre moderno, hastiado de discursos, se muestra con frecuencia cansado de escuchar y, lo que es peor, inmunizado contra las palabras» (42). «Se ha repetido frecuentemente en nuestros días que este siglo siente sed de autenticidad. Tácitamente o a grandes gritos, pero siempre con fuerza, se nos pregunta: ¿Creéis verdaderamente en lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís? Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación. Sin andar con rodeos, podemos decir que en cierta medida nos hacemos responsables del Evangelio que proclamamos» (76).
Y en san Vicente Ferrer tenemos un ejemplo para mostrar signos de fe. Para él lo importante era su misión apostólica, su labor de evangelización, que atañía tanto a lo espiritual como a lo terreno. Incluso sus intervenciones en cuestiones políticas o sociales eran signos de su vocación apostólica.
En un mundo en crisis, como el nuestro, san Vicente Ferrer quiso llevar una palabra de fe que le aportara firmeza y luz; una palabra que fuera una guía en medio de la desorientación general, y lo hizo acompañando esa palabra de diferentes signos.
Podemos citar algunos de esos signos: su coherencia, viviendo lo que predicaba; su sencillez y austeridad de vida, que le llevó a rechazar honores y privilegios a los que podría haber accedido; su capacidad para tratar igualmente con los poderosos y con los humildes; su búsqueda del consenso y la concordia; su llamada a la reconciliación, con Dios y entre los pueblos y personas; su compromiso con los más desfavorecidos, promoviendo diferentes iniciativas caritativas y sociales.
Estos signos y otros que acompañaban a su predicación del Evangelio producían efecto en sus oyentes, que se sentían movidos a cambiar su modo de vivir, volviéndose más hacia Dios y reformando sus costumbres, para crecer en santidad.
ACTUAR:
San Vicente Ferrer, en su época y al estilo de su tiempo, predicó la necesidad de descubrir y vivir el Evangelio como programa de vida que lleva a la salvación. Además de los signos que realizó, él mismo fue signo del Reino de Dios que anunciaba.
Y la misión sigue siendo la misma para quienes hoy somos y formamos la Iglesia. Nosotros, en nuestra época y al estilo de nuestro tiempo, debemos continuar proponiendo el Evangelio como programa de vida. Y podemos aprender de san Vicente cómo llevarlo a cabo.
En él encontramos un ejemplo para ser creyentes, “santos”, hombres y mujeres de hoy, testigos valientes y humildes del Evangelio, que compartimos los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de nuestro mundo, pero que con palabras y con signos mostramos a los demás que la fe en Cristo Resucitado es lo único que da verdadero sentido y esperanza a nuestra vida.