Sin vergüenza

VER:
Muchas veces, cuando alguien de la parroquia ha asistido a un funeral, cuenta lo siguiente: “En la Misa sólo respondíamos dos o tres personas, el resto no sabían ni siquiera cuándo levantarse y sentarse. Me daba vergüenza ser yo la única que lo hacía”. Muchas de las personas que van a los funerales religiosos lo hacen para dar el pésame a la familia, ni tan siquiera entran o participan de la celebración, y los que entran no saben ni las respuestas ni las posturas a adoptar y se limitan a quedarse sentados como espectadores; y los pocos creyentes que habitualmente participan en la Eucaristía sienten vergüenza por “destacar” de ese modo delante de todos manifestando su fe.
JUZGAR:
El Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma nos ha presentado esa situación. Encontramos el fallecimiento de un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana; y Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro, por eso Jesús acude a su casa, aunque con cierta demora.
Lo que allí se encuentra es casi lo mismo que nosotros encontramos cuando vamos a un funeral: muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano, como muchas personas acuden a dar el pésame, sobre todo cuando quien fallece es alguien joven.
Y dijo Marta a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano; y lo mismo le dice María. Es la misma pregunta que se hacen los familiares y amigos del fallecido, más aún cuando la muerte se presenta de manera prematura o trágica: ¿Dónde estaba Dios cuando ocurrió esto?
Jesús, en un primer momento, le responde: Tu hermano resucitará. Parece una de esas frases hechas que decimos casi “porque toca decirlas”, porque no sabemos qué otra cosa decir. Y Marta responde: Sé que resucitará en la resurrección del último día, como cuando nosotros repetimos una afirmación de fe, pero sin convencimiento, sin “sentir” que en esta situación nos sirve de ayuda.
Algunos dijeron: Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que éste muriera? Es la reacción de quienes se muestran escépticos a la fe: ¿Por qué Dios no ha hecho nada para evitarlo?
En estas circunstancias, resulta difícil dar un testimonio explícito de nuestra fe, porque no nos sentimos seguros de ella y acabamos viviendo la fe de un modo vergonzante, preferimos callarnos y pasar desapercibidos. Pero más pronto o más tarde nos vamos a encontrar en la misma situación.
Y es cierto que la muerte física, o las situaciones “de muerte”, de dolor y sufrimiento extremos, suponen un reto para la fe porque parecen negar a Dios. Pero el Evangelio de hoy nos recuerda que en esas situaciones, precisamente porque es cuando más se le necesita, Jesús se hace presente y nos hace la misma pregunta que a Marta: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Una pregunta que necesitamos responder, buscando las razones que tenemos para creer, para afirmar como Marta: Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios… y decirlo convencidos, sin vergüenza.
Una afirmación de fe que siempre se volverá a poner en crisis, como cuando Jesús dice: Quitad la losa, y Marta no se fía y replica: Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días. Nos cuesta tener una confianza plena en el Señor, nos siguen asaltando las dudas y de nuevo nos sentimos inseguros y nos cuesta manifestar nuestra fe. Pero Jesús nos repite: ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios? Por tanto, siempre será necesario renovar la fe, encontrando nuevas razones para creer, para seguir confiando en Jesús sin vergüenza, a pesar de que los hechos parezcan negarle.
ACTUAR:
¿En alguna ocasión he sentido apuro a la hora de manifestar mi fe en público, de palabra o de obra? ¿Vivo mi fe de un modo vergonzante, de forma privada, procurando que no se me note? ¿Creo que Jesús es la Resurrección y la Vida? ¿Qué razones tengo para afirmarlo? Los milagros o signos de Jesús tenían una intención, como Él mismo ha dicho: por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado. Jesús no ha venido a librarnos de la muerte física ni de la enfermedad, del dolor o sufrimiento, sino a mostrarnos la cercanía de Dios también en esas situaciones, pasando Él mismo por la prueba del dolor y de la muerte, como veremos en Semana Santa, para cumplir lo que hemos escuchado en la 1ª lectura: Yo mismo abriré vuestros sepulcros y os haré salir de vuestros sepulcros… para que creamos en Él y manifestemos nuestra fe sin sentir vergüenza.