Parròquia Sant Vicent Màrtir de Benimàmet

Homilía Epifanía del Señor-A

Adoración

VER:

Cuando una persona quiere expresar que algo le gusta mucho, o que una actividad le satisface, o que quiere mucho a otra persona, se dice a veces que “adora” eso, o que “siente adoración por” lo que sea. Porque “adorar” significa en primer lugar “reverenciar con sumo honor o respeto a un ser, considerándolo como cosa divina”, pero también “amar con extremo, gustar de algo extremadamente”. El modo en que se “adora” esa actividad o a esa persona se nota en gestos, palabras, en priorizarla sobre otros intereses, en dedicarle el tiempo que haga falta…

JUZGAR:

Estamos en el tiempo de Navidad, y desde la Nochebuena hemos ido profundizando en el Misterio del Dios hecho hombre. Pero la profundización de este Misterio, necesita verse complementada por la actitud de la adoración, porque estamos ante el mismo Dios.

Hoy, día de la Epifanía, de la manifestación del Señor a todos los pueblos, hemos escuchado en el Evangelio un ejemplo de adoración: unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo. Incluso el rey Herodes, aunque con mala intención, indica que desea ir también a adorarlo.

Y ese deseo de los Magos se cumple cuando entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas, lo adoraron. Su acto de fe al seguir la estrella, su disponibilidad para ponerse en camino y su constante actitud de búsqueda les lleva a encontrarse con el Misterio; y la primera actitud que surge ante el Misterio es la adoración: se dan cuenta de que se hallan frente a Dios, y brota en ellos el amor y el respeto.

Hoy nosotros estamos también llamados, como los Magos, a contemplar y adorar el Misterio del Dios hecho hombre. La Palabra se ha hecho carne, “ha venido a los suyos” y la hemos recibido por la fe, y nuestra primera respuesta debe ser, como los Magos, la adoración.

Porque, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica en los números 2096 y 2097, “adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso… La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo”. La adoración es nuestra respuesta a la revelación de Dios que descubrimos en Jesús, es una expresión de fe.

Y esta adoración interior la necesitamos expresar con gestos exteriores: con un beso, haciendo una reverencia, una genuflexión, o arrodillándonos… no por miedo ni por servilismo sino por respeto y reconocimiento. Un respeto amoroso porque, aun siendo conscientes de la grandeza de Dios y de nuestra propia pequeñez, sabemos que Él nos ama infinitamente, hasta el punto de nacer como uno de nosotros para salvar a la humanidad desde dentro, haciéndose el Dios-con-nosotros.

ACTUAR:

Contemplando a los Magos en adoración ante el Niño Dios, podemos preguntarnos: Durante estos días de fiesta, ¿he buscado encontrarme con el Dios que nace para adorarlo, o me han absorbido otras actividades? ¿Cuál es mi actitud interior ante el Misterio que estamos celebrando: frialdad, indiferencia, miedo, o amor respetuoso? ¿Qué tiempo estoy dispuesto a dedicar a la oración de adoración? ¿Me creo que adorar a Dios me libera de adorar a otros “dioses” que me esclavizan?

Como indica el Catecismo; “Pastor o mago, nadie puede alcanzar a Dios aquí abajo sino arrodillándose ante el pesebre de Belén y adorando a Dios escondido en la debilidad de un niño”. (2096) Y del mismo modo que los Magos, tras adorar al Niño, se retiraron a su tierra por otro camino, esa adoración al Dios hecho hombre se nos tiene que notar en nuestra vida cotidiana, del mismo modo que se nos nota aquello que decimos que “adoramos”. No podemos seguir como si no hubiéramos adorado a Dios.

Hoy, imitando a los Magos, terminaremos la celebración realizando un gesto de adoración ante la imagen del Niño. Pero eso es sólo una imagen: para que podamos adorarle de verdad, sabiéndonos ante Él, el Señor se ha quedado en la Eucaristía. Que la adoración a Jesús sacramentado pase a ser algo habitual en nuestra vida de fe, que sea un diálogo de amor con quien tanto nos ama para que, reconociéndole como nuestro Señor y Salvador, nos veamos libres “de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo” en nuestro caminar diario siguiendo los pasos del Señor.

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