Orar siempre, sin desfallecer

VER:
Hace unos meses, ante la proliferación de patinetes eléctricos circulando por la acera y ser golpeada varias veces, una persona presentó varias peticiones al ayuntamiento solicitando que se tomasen medidas al respecto. Pero más allá de una contestación estándar del tipo “transmitimos su petición al departamento correspondiente”, no hubo ninguna actuación, por lo que al cabo del tiempo esa persona se cansó y dejó de solicitarlo porque “para qué perder el tiempo si no van a hacer caso”. Así que, como el problema continúa, sólo queda aguantarse y soportarlo.
JUZGAR:
Esta situación se repite en diferentes ámbitos. A pesar de que, en teoría, existen cauces para presentar nuestras peticiones (asociaciones vecinales, plataformas en internet y redes sociales, iniciativas legislativas…), pocas veces esos cauces resultan verdaderamente efectivos y acabamos abandonando la petición y resignándonos (en el peor sentido de la palabra).
También esto nos ocurre en nuestra relación con Dios. La mayor parte de nuestra oración es de petición (por nosotros, por familiares y otras personas, por los problemas y situaciones que vemos en el mundo…) y entendemos que nuestras peticiones son muy justas y necesarias, pero muchas veces nos encontramos con que esas peticiones parecen ser ignoradas, a pesar de nuestro fervor en la oración, y pensamos que Dios no nos hace caso, y acabamos desistiendo con “resignación”.
Es muy comprensible esta actitud, por eso Jesús nos ha ofrecido en el Evangelio la parábola de una viuda que insiste una y otra vez en su petición, a pesar de la indiferencia del juez, para enseñarnos que es necesario orar siempre, sin desfallecer.
Hoy el Señor nos invita a plantearnos por qué oramos, cuándo oramos, y qué esperamos de Él al presentarle nuestra oración. Quizá, como decíamos al principio, inconscientemente vemos a Dios como una especie de “Responsable de peticiones y reclamaciones”, y oramos “porque necesitamos algo”, nosotros o alguien de nuestro entorno, y esperamos que solucione nuestra petición y cuanto antes. Y así, desde esa mentalidad cuando “no necesitamos nada”, no vemos necesario orar; o bien, si nos parece que “no nos hace caso”, nos cansamos y dejamos de presentarle nuestras peticiones.
Para que sepamos qué es realmente la oración y por qué es necesario orar siempre, sin desfallecer, Jesús nos ha planteado: Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante Él día y noche? ¿O les dará largas? Con sinceridad, ¿qué responderíamos nosotros a esas preguntas? ¿Creemos que Dios “nos da largas”? ¿O que acabará haciendo justicia? Por lo que conocemos de Dios, tenemos la certeza de que hará justicia, pero esa certeza sólo la vamos a tener si nuestra fe la alimentamos con la oración.
Por eso, ante el cansancio y la tentación de dejar de orar, necesitamos buscarnos apoyos para mantener nuestra oración, como hemos escuchado en la 1ª lectura: Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel… como le pesaban los brazos, tomaron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase. Para orar siempre, sin desfallecer, necesitamos “piedras”, algo firme que nos sustente, y esa “piedra” es la Sagrada Escritura, como san Pablo ha recordado a Timoteo: ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús. La Sagrada Escritura nos fortalece para orar siempre, sin desfallecer, porque nos muestra la acción de Dios a lo largo de la Historia y cómo, a pesar de los aparentes silencios y “largas”, e incluso fracasos, Dios ha sido siempre fiel a sus promesas.
Y también decía la 1ª lectura que Aarón y Jur le sostenían los brazos. La fe cristiana no es individualista, no se puede ser cristiano “por libre”, necesitamos ser comunidad parroquial, unidos a los demás miembros de la misma, para unir nuestra oración y también sostenernos unos a otros.
ACTUAR:
Jesús planteaba una pregunta final: cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? Las situaciones personales, familiares o laborales que vivimos, la realidad del mundo, las malas perspectivas de futuro… Todo eso nos puede hacer creer que orar no sirve para nada, que Dios no hace caso y que nos “resignemos”. Pero precisamente por esos motivos necesitamos el diálogo con Dios en la oración, siempre, sin desfallecer, apoyados en la Sagrada Escritura y sostenidos por la comunidad, para mantener la esperanza en que Él sí hará justicia a sus elegidos que claman día y noche.