Parròquia Sant Vicent Màrtir de Benimàmet

Homilía IV de Cuaresma-C

Paz y reconciliación

VER:

La guerra en Ucrania, que pedimos y esperamos que haya terminado o termine pronto, nos ha sobrecogido especialmente a los europeos, más que otras guerras que se han producido y se producen en el mundo, quizá debido a la cercanía. Nos sentíamos muy seguros, apoyados en un orden político, económico, social, material… que creíamos firme, pero hemos visto que no es así. Hemos caído en la cuenta de que a cualquiera, en cualquier momento, le puede pasar algo similar. Esta situación nos indigna y, a la vez, nos asusta, y pedimos la paz, pero no sabemos cómo lograrla.

JUZGAR:

Porque como ya se expresó en la constitución “Gaudium et spes”, del Concilio Vaticano II, “la paz no es la mera ausencia de la guerra, ni se reduce al solo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica… Es absolutamente necesario el firme propósito de respetar a los demás hombres y pueblos, así como su dignidad, y el apasionado ejercicio de la fraternidad en orden a construir la paz”. (78) Una paz basada sólo en la ausencia de guerra o en el equilibrio de fuerzas, mientras siguen latentes sentimientos de odio y venganza, de riqueza y poder, es una paz muy frágil e inestable.

Y esto es válido también para las “guerras” en el ámbito más cercano, ya sea familiar, de amistades, laboral… Para lograr la auténtica paz no basta sólo con no pelearse, hay que dar un paso más. En la 2ª lectura, san Pablo ha hablado varias veces de reconciliación, es decir, de restablecer relaciones, superar enemistades, poner de acuerdo a quienes estaban en conflicto. Si queremos una paz estable, a la ausencia de guerra y de conflicto hay que unir la reconciliación.

Pero la reconciliación no es fácil, ni en lo personal, ni en lo social: las heridas a veces son muy profundas y cuesta superarlas, incluso a veces nos sentimos incapacitados para hacerlo. No lo conseguiremos si somo egocéntricos. Por eso san Pablo nos ha dado el punto de partida, ser cristocéntricos: Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo. Para que sea posible la reconciliación entre las personas y los pueblos, Dios da el primer paso hacia nosotros en Jesús, su Hijo, como nos ha mostrado en el Evangelio con esta parábola.

El hijo pródigo había roto de forma brusca las relaciones con su familia: Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. Pero esa ruptura le ha acarreado graves consecuencias y, como empezó él a pasar necesidad, desea volver a su casa, y el único modo que se le ocurre es humillarse para no generar enfrentamientos: Padre… ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.

Quizá esto evitaría conflictos, pero como hemos visto en el hermano mayor, el resentimiento sigue latente: ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres… y tarde o temprano habría problemas.

Por eso, lo que esta parábola destaca es la actitud del padre, que es la actitud de Dios, que no sólo acoge al hijo pródigo, sino que lo reconcilia con él: cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos… Y también busca reconciliar al hermano mayor: Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo… Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. El punto de apoyo para una paz fundamentada en la reconciliación es recordar que Dios Padre, por medio de su Hijo, ha dado el primer paso para reconciliarnos con Él, porque Jesús, como murmuraban los fariseos y los escribas, acoge a los pecadores y come con ellos.

Por eso, es muy necesario llevar a la práctica la exhortación de san Pablo: En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios, y recibir el Sacramento de la Reconciliación, para reencontrarnos con Dios y, desde esa conciencia del perdón recibido, ser artífices de reconciliación, empezando por el ámbito más cercano y personal, para ampliarse a otros ámbitos de nuestra vida.

ACTUAR:

¿Cómo afronto los conflictos personales, familiares, sociales, mundiales…? ¿Me limito a la “ausencia de guerra”? ¿Busco la reconciliación? ¿Me he sentido reconciliado con Dios? ¿Cuánto hace que no he recibido el Sacramento de la Reconciliación? ¿Por qué?

Los conflictos y guerras, en cualquier ámbito, sólo generan destrucción y muerte. No está en nuestra mano lograr la reconciliación entre países en conflicto, pero sí está en nuestra mano generar un estilo reconciliador en nuestros ambientes, desde la conciencia de haber sido reconciliados con Dios en Cristo, ya sea como “hijos pródigos” o como “hermanos mayores”, para avanzar en la consecución de una auténtica paz en lo personal, familiar y social.

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