¿Qué tenemos que ver nosotros?
VER:
El Papa Francisco se ha referido en múltiples ocasiones a una actitud que, desde hace años, ha venido desarrollándose y creciendo en las sociedades desarrolladas: la “globalización de la indiferencia”, ya sea ante los grandes problemas y dramas de la humanidad o ante los hechos más cotidianos, pasando por nuestras relaciones humanas, temas laborales o sociales… Si lo pensamos, son muchas las ocasiones que se nos presentan en las que, de modo más o menos consciente, nos preguntamos: “¿Qué tengo que ver yo con esto?” Y, salvo que nos afecte directamente, optamos por no implicamos y cada vez nos vamos volviendo más insensibles a todo.
JUZGAR:
Las causas de esta indiferencia son muy variadas, pero hay una que el Papa Francisco señala en “Fratelli tutti” 30: “Vemos cómo impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión”.
Una desilusión que brota de haber comprobado que implicarnos en algunos temas en los que personal o directamente no tenemos nada que ver ha supuesto para nosotros mucho trabajo, complicaciones, a menudo también nos ha acarreado serios problemas… sin que realmente se haya obtenido ningún logro ni avance significativo. Por eso acabamos desilusionándonos, renunciamos a asumir nuevos compromisos, y cada vez nos vamos volviendo más indiferentes e insensibles.
La indiferencia afecta también a nuestra vida de fe. En el Evangelio hemos escuchado que un hombre que tenía un espíritu inmundo se puso a gritar: ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? Hoy se nos invita a hacernos también esta pregunta, porque es innegable que la mayoría de la gente no tiene mucho que ver con Jesús: la religión se considera algo arcaico, propio de épocas pasadas o de personas crédulas y en la práctica se vive como si Dios no existiera.
También muchos que se autocalifican como cristianos en realidad no tienen mucho que ver con Jesús: han asumido unas creencias heredadas, se limitan a prácticas religiosas esporádicas… pero como no han profundizado en su fe, ésta no es el motor y la guía de sus vidas.
Incluso quienes procuramos tomarnos en serio nuestra fe también nos debemos plantear qué tenemos que ver nosotros con Jesús, porque también nos podemos sentir desilusionados. Unas veces porque, después de tantos años procurando seguir con fidelidad al Señor, con todo el esfuerzo y renuncia que eso supone, sentimos que no progresamos; otras veces, porque los compromisos que hemos ido asumiendo en la parroquia, en la diócesis, en la ACG… tampoco nos hacen experimentar que se está avanzando, más bien todo lo contrario; y otras veces, como ocurre en este largo tiempo de pandemia, nos parece que la oración cae en el vacío, porque llevamos ya casi un año y no se ve el final del túnel, y la carga de sufrimiento es cada vez mayor.
Así que, desilusionados, acabamos preguntándonos: ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? Y nos vamos volviendo cada vez más indiferentes y fríos.
ACTUAR:
Es comprensible que en muchos aspectos de nuestra vida vayamos cayendo en ese sentimiento de indiferencia y frialdad, “se nos ha endurecido el corazón” porque cada vez somos más individualistas, pero en vez de “tirar la toalla”, debemos ocuparnos de los asuntos del Señor, como decía la 2ª lectura. Recordemos también lo que dijo el Papa Francisco al inicio de la pandemia: no cabe la globalización de la indiferencia porque todos “estamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. No podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”. (27 de marzo de 2020)
Y en lo que se refiere a la fe, también es necesario y positivo que, si nos sentimos indiferentes, desilusionados y fríos, nos preguntemos: ¿Qué tenemos que ver nosotros con Jesús? ¿Le tenemos realmente en cuenta en nuestra vida, o es algo accesorio? ¿Creemos en su autoridad, como hacían sus oyentes, o en realidad no nos fiamos de su Palabra? ¿Nos hemos “acostumbrado” a Él, hemos caído en la rutina en la oración y en la Eucaristía? ¿Ya no nos provoca asombro la enseñanza de Jesús, el Evangelio, hemos abandonado la formación cristiana?
Respondámonos con sinceridad a estas preguntas, para no caer en la indiferencia y la desilusión, recordando qué tenemos que ver nosotros con Jesús, que lo es todo: es nuestra vida (cfr. Flp 1, 21).
