Ser familia y amar a la familia
VER:
Este año, debido a las necesarias restricciones y medidas sanitarias, ha habido mucho debate acerca de cómo se podrían organizar las reuniones familiares. Y algo resultaba chocante: desde hace años estamos constatando la crisis que padece la familia, y también que otros años las reuniones propias de estos días eran vistas a veces como una carga, algo que hay que hacer casi “por obligación”, “porque toca”; sin embargo, este año parecía que a muchos se les ha despertado un repentino y profundo “amor a la familia”, y el hecho de no poder reunirse para la cena de Nochebuena o Navidad era algo dramático, no podían vivir sin esas reuniones.
JUZGAR:
Hoy estamos celebrando la fiesta de la Sagrada Familia y, mirando a Jesús, María y José, podemos profundizar en qué consiste “ser familia” y amar a la familia. En primer lugar, que ser familia y amar a la familia es muchísimo más que reunirse algunas veces a lo largo del año; y en segundo lugar, que ser familia y amar a la familia es algo que se vive, se construye y crece día tras día, a lo largo de todo el año, compartiendo unidos las pequeñas cosas que forman lo cotidiano.
Y uno de los aspectos que nos hacen de verdad ser familia y amar a la familia es la atención a los ancianos. Hoy en el Evangelio hemos contemplado a dos ancianos, Simeón y Ana, que son un modelo de fe y esperanza y, de hecho, los únicos que reconocen a Jesús como el Mesías del Señor. Y, en este sentido, la Conferencia Episcopal ha publicado un documento titulado “Los ancianos, tesoro de la Iglesia y de la sociedad”, que ofrece varias indicaciones al respecto.
Se advierte en el documento que, a menudo, “la mentalidad utilitarista actual considera que los que no producen, según criterios mercantiles, deben ser descartados”; se considera que los ancianos ya no aportan nada a la sociedad y se les ve más bien como una fuente de “gastos”. Otras veces, en la práctica los ancianos son tratados como “los «niñeros» que se encargan de cuidar a los nietos cuando los padres no pueden atenderlos”; y también, como hemos comprobado estos últimos años, “han sido meramente un sostén económico cuando vienen tiempos de crisis”. Frente a esta mentalidad y actitudes, para ser familia y amar a la familia, los obispos indican: “¿Qué pueden aportar los abuelos en la familia? Muchos de nuestros abuelos, desde la atalaya de su experiencia, habiendo superado muchos contratiempos, han descubierto vitalmente que no merece la pena atesorar tesoros en la tierra, «donde la polilla y la carcoma los roen», y se han esforzado por hacerse un «tesoro en el cielo» (cf. Mt 6, 19-21). En una sociedad, en la que muchas veces se reivindica una libertad sin límites y en la que se da excesiva importancia a lo joven, los mayores nos ayudan a valorar lo esencial y a renunciar a lo transitorio. La vida les ha enseñado que el amor y el servicio a los suyos y a los restantes miembros de la sociedad son el verdadero fundamento en el que todos deberíamos apoyarnos para acoger, levantar y ofrecer esperanza a nuestros semejantes en medio de las dificultades de la vida”.
Y además, en el ámbito estrictamente familiar, “ellos son la memoria viva de la familia”, y se convierten, como Simeón y Ana, en modelos de fe, porque “muchos de nuestros mayores, en la plenitud de su vida, elevan su mirada a la trascendencia. Esta mirada suya es imprescindible en medio de esta sociedad que muchas veces se aferra a lo temporal y olvida nuestra condición de peregrinos en esta tierra que encaminan sus pasos a la eternidad”. Y así, a menudo se encargan de llevar a cabo “la labor silenciosa de enseñar a los más pequeños de la casa las oraciones y las verdades elementales del Credo”.
ACTUAR:
“Tengamos presente que «la fe sin obras está muerta» (Sant 3, 26)”. Pretender ser familia y amar a la familia sin obras concretas que lo manifiesten es un sentimentalismo vano. Por eso, “aislar a los ancianos y abandonarlos a cargo de otros sin un adecuado y cercano acompañamiento de la familia mutila y empobrece a la misma familia. Además, termina privando a los jóvenes de ese necesario contacto con sus raíces y con una sabiduría que la juventud por sí sola no puede alcanzar“.
Si queremos, de verdad, ser familia y amar a la familia, debemos buscar “modos concretos para vivir este cariño y veneración por nuestros mayores”, un cariño y veneración que se ha de vivir y cuidar a lo largo de todo el año y no sólo en estas fechas: “los padres deberán educar a sus hijos en el respeto y la consideración de los abuelos siempre, ya que el amor del abuelo a los nietos, con su gratuidad, su cercanía, su espontaneidad, sus caricias y abrazos, es necesario para ellos. Que la Sagrada Familia de Nazaret, hogar de caridad, interceda por nuestras familias para que seamos custodios del tesoro que hemos recibido en nuestros mayores”.
